“Los legisladores necesitan ciertamente una escuela de moral”.
Simón Bolívar
A mi querido ahijado, José Alberto Hernández Lázaro, en quien tengo cifradas grandes esperanzas. A mi familia y amistades colombianas.
Hace poco más de una semana que mi esposa, Rocío Vanegas Aycardi y este servidor andamos por la ciudad costeña de Santa Marta, capital del Departamento del Magdalena, en Colombia, en compañía de Marianita, nuestra nieta de cuatro años de edad.
Vinimos tras las primeras huellas de Rocío, quien nació y vivió aquí los primeros 17 años de su vida, antes de irse a Barranquilla a estudiar para abogada y posteriormente echar raíces en Puerto Rico.
Un par de semanas antes de salir para Colombia, hicimos lo mismo en el pueblo de Isabela: íbamos tras mis primeras pisadas terrenales, invitados por mi primo Ché Ponce Abreu y su esposa, Sonia Mabel Mendoza.
Así nos convertimos en turistas, en nuestros pueblos natales, sorprendidos por pequeños detalles que antes habíamos pasado por alto, con toda probabilidad, por la prisa con que vivimos.
Santa Marta está a minutos de distancia de la Quinta de San Pedro Alejandrino, donde falleció el libertador Simón Bolívar. Allí se conservan como museo la habitación, el carruaje, la cama donde falleció, y un inmenso patio donde está el árbol de tamarindo del cual tomó las semillas que le llevó a don Pedro Albizu Campos la Premio Nobel de Literatura, la chilena Gabriela Mistral.
Aquellas semillas germinaron y crecieron hasta ser el árbol que todavía hoy está en la Plaza de la Revolución en Lares y entre cuyos nietos arbóreos está el que nos regaló el líder de la Casa Albizu, de Aguas Buenas, Edwin Rosario.
Está frondoso y fructuoso en el Parque-Monumento a don Pedro, en el barrio Tenerías de nuestra ciudad de Ponce.
Santa Marta está aproximadamente a una hora de distancia en automóvil del mundialmente famoso pueblo de Aracataca, cuna de Gabriel García Márquez, inmortalizado en su obra con el nombre de Macondo; y está presente, como un mosaico de la memoria, en la conjunción de fragmentos de toda la obra del Gabo, sobre todo la periodística, la que también se recogió en libros.
Por aquí se camina y se dialoga en las calles con muchos de sus “personajes”. Y Simón Bolívar espiritualmente nos observa desde lo alto de la Sierra Nevada, con sus dos altos picos nevados, llamados Colón y Bolívar, a 5,775 metros de altura sobre el nivel del mar, casi el doble de la altura a la que se encuentra Bogotá.
Algunas de sus expresiones culturales son ajenas a nosotros. La expresión “párame bola”, por ejemplo, que en mi opinión inconsulta es tomada del deporte, quiere decir “préstame atención”.
Ese justo reclamo se oye aquí, por todas partes, en las conversaciones cotidianas.
Casi todas las mañanas se desayuna con cayeye, nombre indígena para el majado de guineos verdes hervidos, acompañado por huevos en sus diversos modos de elaboración culinaria, especialmente los huevos pericos, que se preparan con cebollas y tomates, una porción de suero costeño (una especie de crema agria y sal semejante al sour creme) y una ración de queso costeño.
Se consumen diariamente los jugos de frutas naturales -no congeladas o conservadas-como guayaba verde o agria, piña, mangó verde, guanábana, maracuyá (parcha), naranjas, mandarinas, mora, zapote, níspero, uchuvas, limonadas en todas sus presentaciones -limonada de coco con menta, con jengibre, con mango verde, entre otras- y corozo, fruta de la que también se hace vino.
Se valora mucho la pesca de agua dulce, a pesar de estar tan cerca del Mar Caribe, sobre todo, frente a una espléndida bahía, larga como la de Aguada-Aguadilla: peces de agua dulce, pescados en el gran río del Magdalena, brazo del río Cesar y ciénagas como la de Zapatosa.
Consumidos con deleite son la cachama, el bocachico, muy espinoso, pero de gran sabor, y el bagre, a pesar de que este medra en el fondo barroso de los cuerpos de agua.
Las arepas de maíz blanco y amarillo y los bollos, envueltos como nuestros pasteles en hojas de plátano, son la orden del día: arepas de queso, de huevo, anís y “limpia”. Bollos de mazorca, de yuca, con azúcar y sin azúcar; bollo de plátano, con coco y azúcar, bollo de angelito con coco y anís, bollo de maíz con queso.
Sus parroquianos suelen hablar en un tono alto de voz, usando frecuentemente palabras que en Puerto Rico llamamos “malas”. Esto, desde el más encopetado socialmente hablando, hasta el más humilde. No le temen a las palabras, por el contrario, tienen una rica variedad de ellas y dominan un vocabulario muy amplio.
Relativamente cercanos a Valledupar, tienen pasión por el acordeón de botones, al que nosotros llamamos sinfonía de mano, y por la poesía pueblerina del vallenato. Rafael Escalona es una deidad. También reina aquí nuestra salsa, aunque no tanto como en Cali.
Su balneario de El Rodadero, donde nos estamos quedando en un apartamento muy cercano al mar propiedad de mi suegra. Es un hervidero muy cosmopolita de gente de todo el mundo; de altos condominios con apartamentos para alquileres de corto plazo, sobre todo, para estos turistas, comparable con el área de nuestro Condado e Isla Verde, en la colindancia de Santurce-Carolina.
Su bahía, ciertamente muy hermosa, es amplia y extendida como la de Aguada-Aguadilla.
Santa Marta es la ciudad más antigua de Colombia, fue descubierta en el 1502 y fundada bajo la dirección de don Rodrigo de Bastidas, el 29 de julio de 1525.
Una de sus características más sobresalientes, únicas, es el hecho de que a muy corta distancia de su cálida bahía súbitamente se levanta un totalmente escarpado promontorio, prácticamente inaccesible por tierra, (se precisa de un helicóptero para llegar a su cumbre, perennemente nevada), por lo que justamente así se llama: La Sierra Nevada.
Las cálidas arenas de sus playas y la nieve de su cumbre son vecinas.
Es todavía hoy la pequeña patria de los indios Aruhacos y Cogüis. La “Ciudad Perdida“, es reserva de la biosfera por la UNESCO.
No debemos confundir los Aruhacos con los Arahuacos, de quienes en Puerto Rico se teoriza que desempeñaron un papel protagónico en los comienzos del poblamiento pre europeo del archipiélago de Borikén.
Hoy día, y desde hace algunos años, este pueblo aborigen tiene un líder muy competente y bien formado, llamado Rogelio Mejía Izquierdo, quien incluso les ha abierto mercados en Europa, concretamente, en Italia y Alemania, donde su café y sus finas artesanías son muy apreciadas.
Me resulta emocionante ver cómo una ciudad de medio millón de habitantes, moderna en todo sentido, plagada de enormes condominios turísticos, vive su cotidianidad paralelamente a otro pueblo de “otro tiempo”, “La Ciudad Perdida” con la que tiene muy poco en común.
Una va con las corrientes del tiempo, con la influencia de los turistas extranjeros, cada vez más tecnológica, mientras la otra vive orgullosa de no cambiar, de perpetuar su esencia y autenticidad.
Interantisima descripccion de un mundo desconocida…el pasado y presente…como el joven y el sabio anciano…gracias Hermano por ocuparte de siempre ilustrarnos…