Solo muere lo que se olvida.
A su sobrina, Maritza Ordóñez, ejecutiva en la Biblioteca del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico. Y al poeta Antonio Ramírez Córdova, quien me ha hablado continuamente, con agradecido recuerdo, de su maestro, Eduardo Ordóñez, desde que le conocí hace alrededor de 60 años.
A propósito de la Copa Mundial de Fútbol celebrada recientemente en Catar, recuerdo que en la primera mitad del siglo pasado hubo un puertorriqueño, llamado Eduardo Ordóñez Munguira, que jugó fútbol en las más altas esferas de equipos españoles como el Athletic y el Real Madrid.
No conforme con eso, fue también un intelectual respetable y barítono operático que llegó a cantar Rigoletto y Aida, en la Scala de Milán y el Metropolitan Opera House.
Asimismo, fue prosista, poeta y abogado que, junto a su hermano también abogado, comenzó a organizar profesionalmente a los futbolistas de las Ligas Españolas mediante la “Asociación de Jugadores de Fútbol”, hasta que estalló la Guerra Civil en el año 1936: la misma que se alega produjo un millón de muertos.
Realmente, no creo que fueron tantos como un millón, pero fue una de las guerras fratricidas más sangrientas de la historia.
Regresó a Puerto Rico -su patria por nacimiento, por voluntad y decisión, ya que fue sepultado en Caguas- y aquí ejerció como profesor de Literatura en una de las mejores escuelas superiores de Puerto Rico hasta el presente, el Colegio San Ignacio en Río Piedras, de donde recién se acababan de graduar dos jóvenes estrellas del país, el actor Raúl Juliá y Rubén Berríos Martínez.
A partir de entonces, Eduardo incluso fue el dirigente de nuestro equipo nacional de fútbol. Sí, el que participó en los Octavos Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe celebrados en Caracas, en el año 1959.
No creo, ni quiero ofender a nadie, si digo que Puerto Rico nunca ha tenido presencia sobresaliente en fútbol en el ámbito internacional.
Aquel año en Caracas, la segunda vez que competíamos en unos Centroamericanos -tras un estreno en Barranquilla durante el 1946- no fue distinto. Perdimos los cuatro partidos que jugamos.
De nuestro equipo, quien realmente mostró que era del nivel competitivo de aquellos juegos fue nuestro portero o guardametas José “Pocho” Labrador, el preferido de Eduardo, con quien él practicaba a solas, aparte, por las noches en El Escambrón, pateándole balas de cañón todavía a su edad, además de hacerlo por el día con el resto del equipo.
Cerca de 40 años más tarde, Pocho formó parte del gabinete de gobierno de nuestro Rafael “Churumba” Cordero Santiago, en calidad de director de la Secretaría de Turismo, hasta el momento mismo de su muerte.
En su honor se bautizaron en Ponce, merecidamente, las todavía existentes “Veredas del Labrador”.
Su viuda, Linda, dueña de Arjes Travel en Galerías Ponceñas, todavía convive entre nosotros y en la ciudad.
Reduzco mi velocidad, me sosiego y trato de articular y compactar adecuadamente todo esto que he dicho a borbotones. Intentémoslo de nuevo.
Eduardo Ordóñez Munguira nació el 13 de octubre de 1910, en San Juan, hijo de madre y padre españoles, siendo su padre un médico catalán.
Algún tiempo después, su padre falleció y regresaron a España. Comenzó a jugar fútbol en el Colegio Areneros de Madrid, donde lo descubrieron y lo reclutaron para el fútbol grande.
No abandonó por ello sus estudios. Los continuó a la par que jugaba, hasta eventualmente graduarse de abogado, como también lo era su hermano.
Era un hombre muy tenaz, de múltiples habilidades. ¿El mejor ejemplo? También fue actor cinematográfico.
En el año 1937, en plena Guerra Civil, actuó en la película titulada Nuestro culpable, dirigida por Fernando Mignoni, una producción republicana.
Escribió libros de Derecho y siete obras de teatro. Entre ellas, la Rosa del Albaicín, Quijotismo Puertorriqueño y El Greco y Yo.
Estudió canto con el maestro Ignacio Tabuyo y se hizo barítono operático que se estrenó en Bilbao, con gran éxito y aceptación. También llegó a actuar en las dos catedrales globales del bel canto, la Scala de Milán y el Metropolitan Opera House de Nueva York.
La época tormentosa que le tocó vivir y su espíritu rebelde, pienso yo, fueron las razones que acortaron su carrera futbolística que, mientras duró, fue exitosa.
He examinado prensa española de su tiempo, cuando él era jugador activo en los equipos madrileños del Athletic y el Real, donde se acredita lo que aquí escribo. Además, el Museo de la Historia del Real Madrid, activo en el piso subterráneo del Estadio Santiago Bernabéu, recoge parte de sus ejecutorias y su memorabilia.
Los jóvenes estudiantes del Colegio San Ignacio de Río Piedras -al igual que los primeros estudiantes de la Escuela de Derecho de la hoy Pontificia Universidad Católica- fuimos muy afortunados, ya que a ambos nos estimuló a superar nuestro estrecho provincialismo, abriéndonos amplias ventanas por las que entró el aire fresco del mundo.
A San Ignacio, este polifacético sabio llegó en el año 1958, montado en una scooter Vespa y, a nosotros, en el 1961, junto al doctor Carlos Mascareñas, el decano fundador.
No todos los estudiantes de aquel momento se dieron cuenta de lo afortunados que éramos con la consejería de aquellos genios, para nosotros excéntricos.
Pero en San Ignacio, quien más lo valoró desde el primer momento fue un jovencito de Bayamón, hijo único y tardío de un matrimonio de clase económicamente acomodada, cuya familia naturalmente lo había protegido y complacido en demasía.
Su nombre, Antonio Ramírez Córdova, un joven alto, elegante, con pinta de Carlos Gardel, buen voleibolista, pero totalmente libre e indisciplinado, quien, de paso, era uno de los estudiantes menos aventajados de San Ignacio, a quien sus compañeros de estudio llamaban de broma “Kaneca”.
Pero Antonio era muy distinto. Mientras sus compañeros de estudio querían ser médicos, dentistas, abogados, ingenieros, industriales, académicos y grandes empresarios, él quería ser poeta.
Por eso, mientras sus compañeros de estudio partían hacia algunas de las más prestigiosas universidades de los Estados Unidos, mi amigo Antonio aceptó un reto que le hizo a la clase graduanda su ídolo Ordóñez. Por eso, se fue a Barcelona a estudiar, sobre todo, a vivir poesía en cuanto bar había en la ciudad. Siempre con varios libros bajo el brazo de poesía exótica, china, árabe, japonesa y portuguesa, desconocida por el común de la gente.
De vez en cuando también estudiaba Derecho, más que nada para justificar económicamente ante sus padres la prolongación de su estadía en la Ciudad Condal. De hecho, llegó a graduarse de abogado.
De ese modo, estuvo leyendo poesía muy poco conocida, es decir, estudiando para ser poeta, en los bares más ardientes de la ciudad, durante ocho años seguidos.
Cursado aquel bachillerato, como poeta de la vida, la maestría y el doctorado los cursó junto a Pedrito Santaliz y su Nuevo Teatro Pobre de América, junto a Jaime Ruiz Escobar, Miguel Ángel Suárez y Ángel Luis Méndez, entre otros, en la ciudad de Nueva York.
Ahora, con su “Doctorado como poeta”, hace años que vive en el sector rural Paso Palma de Utuado, junto a los gallos de pelea y los caballos de paso fino que casta allí.
Entretanto, con solo dos escuálidos tonitos en su guitarra y “cantando” desde su hamaca, no muy afinado, dígase la verdad; con una ingesta muy insignificante y poco recurrente de alcohol, escribe la poesía de “poeta vivo puertorriqueño” que más me gusta de todas. Sobre todo, por lo diferente, porque no se parece a ninguna otra.
Y desde ese paraíso recibe premios y reconocimientos internacionales, calladamente, que en su humildad no le interesa divulgar públicamente.
Véase, pues, todo lo que puede hacer un viejo futbolista que se transportaba en una vieja scooter Vespa, víctima de una guerra desgarradora, con su talento innato y autenticidad ejemplar en su conducta.
Dejó impresa su alma libre y combativa en la de su discípulo poeta.
Conozca más de Eduardo accediendo a Fútbol Boricua (FBNET).
Tremendo ensayo como siempre excelente…Quique es un clementino del corazón del rollo.
!Gracias «Quique «por enriquecernos en ésta transferencia de conocimientos de tus «vivencias!
Gracias por esa información valiosa .
Tremendo ensayo y gracias Quique..
Honor a un gran ser humano y profesor nuestro de 1958 60 en San Ignacio.
Eduardo Ordóñez, mi tío abuelo. Hermano de mi abuela Josefina Ordóñez Munguira. Mi madre me sigue contando anécdotas de el. Gracias por el artículo.