“El mayor orgullo de Socorro Girón era ser ponceña”.
Profesor Otto Sievens Irizarry
A la memoria del profesor Juan “Nuno” Rodríguez Soldevila y al profesor José Víctor Madera.
Antes de llegar a Ponce y durante mis primeros años en la ciudad, el Colegio Ponceño de Varones tenía fama de muy buena institución académica, como todavía la tiene muy merecidamente.
En aquel tiempo, ubicaba en la calle Comercio de la zona urbana de la ciudad y era, como decía su nombre, exclusivamente para varones.
Además de su celebridad por tener magníficos equipos de baloncesto (basta señalar, como ejemplo, que allí estudiaron simultáneamente Fufi Santori y Pachín Vicéns), tenía fama de ser una escuela muy disciplinaria que “domesticaba” a los más agresivos y rebeldes temperamentos juveniles. En especial, los de aquellos hijos de familias económicamente acomodadas de todo el país, a quienes entonces se llamaba eufemísticamente “jóvenes engreídos”.
Recordemos, como ejemplo, la columna que le dedicamos a Jenaro Rivera Serrano, mejor conocido por “Jenaro Jayuya”, hijastro de L. Martiniano García, dueño de prostíbulos en Ponce y San Juan, quien fue asesinado cerca del Condado, estudiante de esa institución y miembro de su siempre famoso equipo de baloncesto.
En mi pueblo natal de Isabela, hubo por aquel mismo tiempo otro joven de familia muy distinguida y económicamente solvente que traía a los suyos, como dicen los mexicanos, “de un ala”. Razón por la cual lo enviaron para el Ponceño de Varones como estudiante interno, para el tiempo en que Pachín Vicéns todavía estaba internado allí, y antes de que fuera a residir al hogar de doña Nina Conesa y don Armando Wirshing, en la Avenida Hostos.
Uno de los modos de domesticar a estos potros cerreros de todo el país, según me contaron cuando llegué, era que tan pronto hacían la primera travesura pasada de tono, Brother Hamm -uno de los profesores de la institución que había sido boxeador antes de convertirse en religioso- los desafiaba a pasar al gimnasio y “ponerse los guantes” contra él.
Allí, Brother Hamm les daba una paliza, con lo que el insurrecto comenzaba a bajar el diapasón del engreimiento.
Tan pronto entablé amistad con Pachín durante mi segundo semestre de estudios de bachillerato -gracias a que fui a hospedarme a la residencia de una santa mujer que se llamaba doña Hilda Conesa de Yordán, hermana de doña Nina de Wirshing- Pachín conoció cuál era mi pueblo de origen y me planteó el tema.
Mi compueblano agresivo se llamaba Pedro Galo “Tato” Amador San Antonio, hijo de una modista femenina de alta costura conocida en todo el país en su tiempo, Coranda San Antonio, y de un agricultor y ganadero llamado, por muy raro que suene su nombre, don Amador Amador Amador. Quizás de esa mezcla de sangre surgía la conducta díscola de Tato, su hijo.
Recuerdo a Pachín relatando que el primer día de clases, Tato -quien probablemente ya conocía la leyenda de Brother Hamm- entró al salón con un revólver cargado en las manos y lo puso sobre su escritorio.
Huelga decir que Brother Hamm ese día no lo invitó a boxear. Por el contrario, del colegio llamaron a su hogar en Isabela para que vinieran a recogerlo, antes de que se llamase a la Policía.
Yo, que estaba acabado de llegar a Ponce -aunque lo dicho hasta aquí había ocurrido antes de yo llegar- me llevé la impresión de que el Colegio Ponceño de Varones tenía algo de escuela reformatoria juvenil similar a la llamada “Correccional de Mayagüez”.
Pero la realidad era, sin embargo, que para aquel tiempo había otros colegios católicos, como el San José en Río Piedras y el San Antonio Abad en Humacao, que gozaban de la misma fama.
Hace poco me enteré, gracias a relatos, que había una mujer muy adelantada a su tiempo (nació en el 1919), joven aún a sus 38 años, talentosa y bella, con su cabello completamente blanco -y no era pintado- especialista en lo académico en la obra literaria de nuestro poeta romántico José Gautier Benítez, en cuyo tema se doctoró luego. Ella no solo era maestra en ese colegio de “macharranes”, sino que era una especie de ídolo para sus estudiantes, dados su talento, capacitación y sus desenfadas excentricidades.
Me hicieron un relato hasta hoy increíble.
Me dijeron que en una ocasión en que se estaba hablando en clase sobre temas de nuestra cultura delictiva popular (el ron caña, por ejemplo) y, en concreto, sobre juegos ilegales clandestinos como la bolita, hizo cerrar el salón de clases, sacó de su cartera unos dados o topos, hizo un redondel y se acuclilló a jugar topos con sus estudiantes.
Pero esta no fue la única excentricidad que se le atribuía.
El doctor José Víctor Madera, profesor en la UPR de Ponce, me contó que fue discípulo de ella en la Universidad Católica.
Una vez ella preguntó en clase por La Maja de Goya y el silencio total fue la respuesta, tras lo cual subió sobre su escritorio, asumió la postura de la maja y les dijo que al día siguiente les presentaría a La Maja Desnuda.
Al día siguiente les presentó, digamos, a La Maja “parcialmente desnuda”.
Quien fuera su compañera de facultad en la UPR de Ponce, Norma Pérez de Piazza, relató en una carta abierta un manojo de anécdotas de su amiga entrañable, a quien ella llamaba “Soco”. La carta se la había dirigido antes a esta peculiar educadora y luego la publicó en la Revista Ceiba (2005-06).
Me resulta difícil seleccionar solo una de las anécdotas allí relatadas, como representativa del ramo, pero me decanto por esta que ahí cuenta Norma:
“Una noche se celebró en el Museo de Arte de Ponce una actividad de gran revuelo social. Fuiste acompañada por un discípulo (hoy reconocido profesor universitario). El portero le indicó al joven que no podía entrar, porque vestía guayabera y la vestimenta era formal. ‘Yo la vengo a buscar’ te dijo él. “Nos vamos”, dijiste tú. Bajando la escalera del museo llegó don Luis (Ferré). Te saludó, lo cogiste por una mano y se lo llevaste al portero. ‘Este tampoco puede entrar. Está en guayabera’. Ay Soco, por favor…”.
“El Oscar es diminuto para ti”. “Tu frase sentenciosa no nos abandona: ‘pa’l carajo albañil que se acabó la mezcla’”.
Tenía un anecdotario tan abundante como el de don Miguel de Unamuno y durante muchos años la llamaron doña Socorro Girón de Segura, incluso en los libros de su autoría, por ser esposa de don Bernardo Segura.
Socorro era ensayista, historiadora, poeta, discípula preferida del famoso catedrático español Federico de Onis y años más adelante abogada y profesora universitaria en el naciente Colegio Regional de la UPR en Ponce, hoy Universidad de Puerto Rico en Ponce.
Conservo la colección completa de los muchos escritos que ella fue publicando a lo largo de los años desde ese foro, en fotocopias y encuadernados. Siempre me fue enviando un ejemplar de cada uno de aquellos mamotretos tan valiosos. Varios de ellos luego se publicaron como libros formalmente en imprentas, y son muy importantes aportaciones a nuestra historia.
Cuando se abrió la Escuela de Derecho en nuestra alma mater, la hoy Pontificia, fuimos compañeros de estudios en su primera clase y nos graduamos juntos.
Años más tarde, me escogió para que fuera su abogado en una acción de divorcio, cuando yo apenas comenzaba como abogado; fue uno de mis primeros casos judiciales.
En fin, me honré con la amistad de esta valiente mujer, 20 años mayor que yo, quien fue una pionera del feminismo con las acciones de su vida audaz, más que con sus prédicas: una de las grandes mujeres del siglo XX que Ponce le aportó a la historia de Puerto Rico.
Conocí a Socorro , ya que ella era muy amiga de mi mi hermana, Amneris Pérez. Estudié en el Colegio Ponceno desde 1er grado hasta 2 do año de de High School y doy fe de los muchachos problemáticos de las familias fuera de Ponce. Recuerdo a Brother Ham . Tremendo problema profesor . Pero nunca súpe ni oí nada que boxeará con los estudiantes problemáticos. Por mala suerte en mi 3er año me cambié a la Ponce High y no tuve a Socorro como profesora. Siempre la recuerdo!
Concurro con mi amigo Dr. Toni Perez que a Bro. Norman Hamm , quien apodabamos carinosamente «el topo» pues apenas llegaba a los cinco pies, nunca lo vi pelear con un alumno en los ocho anos que estudie en el CPV. Lo que si ocurria era que les ponia los guantes a los que estaban peleando y cuando se agotaban los hacia estrechar las manos.
No se debe mencionar a «Jayuya» en el mismo escrito con Dona Socorro Giron, pues Jenaro Rivera fue expulsado fulminantemente del Ponceno (apenas duro un semestre) por precisamente faltarle el respeto a «Mrs. Segura» de una manera soez, sucia y con conotaciones sexuales. Mencionar al delincuente que se dedicaba a la trata de blancas en el escrito dedicado a la memoria de la dama elegante y excelente profesora Dona Socorro Giron es una falta de respeto.
No tuve el gusto de conocer a mi parienta Socorro.
Si recuerdo a Jenaro Jayuya cuándo vivía en la calle Martín Corchado en Mariani. Quien no recuerda aquella carabana de limusinas llenas de Hampones Plásticos en el entierro de Jenaro.
Fue mi vecina en Santa María. Escucharla narrar los cuentos de nuestra historia era una experiencia alucinante. Tremenda mujer.
Tuve el privilegio de ser uno de sus estudiantes.
No tuve la suerte de llegar a ser su alumna, pero su fama de mujer muy inteligente y gran escritora y obviamente de excelente profesora, dejó una estela que nos hacía admirarla de lejos. Luego tuve la fortuna de conocerla una tarde en que estaba yo en casa de una compañerita del Liceo y llegó «Soco» como le decian cariñosamente sus conocidos. Que Rocio Durcal ni Marisol, yo me emocioné, claro calladita, pues no todos los días se conocía a alguien tan famosa. Fue una tarde muy agradable, escucharle conversar con desenfado y con una chispa que le rejuvenecia, magnificó más, sí fué posible, mi admiración por esta joven de pelo blanco, dueña de tantas caracteristicas positivas, por lo cual sé, que en Ponce nunca será olvidada.
Estudió derecho, pero no lo ejerció porque decía que “el derecho siempre es tuerto”. Una vez la invité a dictar una conferencia para mis estudiantes y, al presentarla, dije que era la Dra. Socorro Girón de Segura. Me corrigió de inmediato: “Quítame el Segura porque ya no estoy asegurada.” Se había divorciado. Me obsequió un libro suyo titulado “A la sombra de la ceiba”. La recuerdo con admiración.
Mi querida Profesora Doña Socorro! Muy buena amiga, lo mucho que nos reiamos con las ocurrencias de ella en el salon de clase y fuera. Una de las personas mas graciosas que yo he conocido en mi vida. Hicimos amistad y de vez en cuando me regalaba un libro de ella. A la gran mayoria de las persona que narra aqui Don Quique yo los conoci de alguna u otra forma .Mi mama me contaba que Socorro tomaba clases en la Catolica con ella y Doña Socorro se enfrascaba en unos debates graciosisimos con los curas y las monjas. Igual que la famosa anecdota que le ha dado la vuelta al mundo a traves de Silverio Perez , Alberto Cortez y Facundo Cabral , el famoso cuento de » Jose Hiram Alcaraz» el estudiante de la Catolica ( «contado al reves»).
Fue mi profesora de Español en el Colegio Regional de la UPR en Ponce. Pasé el semestre en un trance en su clase, por lo interesante, chispeante y erudita que fue como profesora. Recuerdo que cuando nos estaba hablando de la poesía nos dijo que algunas personas se creian poetas porque rimaban «alma con palma, y soco con moco». Fue facilitadora en una exhibición de escritos de estudiantes del Colegio, en el que participé. Luego, me dijo que había leído el cuento que sometí y me invitó para que fuera una noche a su casa, para hablar de lo escrito. Mi timidez me dominó y no facilité lo que hubiese sido una velada única para mí. Pero nunca lo olvidaré,
Maravillosa mujer de la que todos estamos orgullosos.