Rafael Cordero Santiago, emerge en el horizonte público como un político colonial paradójico que siendo militante del Partido Popular Democrático, se convenció de la necesidad imperiosa de lograr la soberanía nacional.
Su vida multidimensional y polémica se asemeja a una de las muchas narrativas fragmentadas que abundan en la novela Rayuela de Julio Cortázar.
En esta, el autor presenta una historia en la que los capítulos y eventos no siguen una secuencia lineal tradicional. El lector tiene la opción de leer la novela de diferentes maneras, saltando de un capítulo a otro, creando así su propio camino a través de la historia. Esta estructura fragmentada y no convencional permite una experiencia de lectura única y desafiante.
A lo largo de la novela, Cortázar explora temas como el amor, la soledad, la identidad, la búsqueda de significado en la vida y la relación entre la literatura y la realidad. Sus personajes están llenos de complejidades y matices, y la narrativa se mueve entre lo real y lo imaginario, lo cotidiano y lo surrealista.
Asimismo, Churumba se desplegó en su peregrinaje como un intrigante juego de palabras, congruencias y contradicciones, donde cada capítulo de su vida contiene una lucha, un entuerto o una quimera, que se entrelazan de manera enigmática, impetuosa y sorprendente. Desde su infancia traviesa y adolescencia tumultuosa, su apodo de «Churumba», inspirado en pequeños trompos giratorios, parecía haber predestinado su vida a una danza circular y persistente.
Ya como político curtido, la energía de la juventud se transformó en apasionamiento, mal genio y fogosidad verbal, donde sus ideas y logros girarían sin cesar alrededor de la aspiración de que Puerto Rico lograra su autosuficiencia económica y política.
Nacido en la tradicional ciudad de Ponce, un 24 de octubre de 1942, Churumba creció entre las calles que albergaban secretos ancestrales y edificios antiguos que susurraban historias olvidadas que un día estuvo determinado a rescatar.
Su educación en las escuelas públicas de Ponce lo conectó profundamente con la esencia misma de la ciudad y sus necesidades. Su graduación de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico en 1964 lo dotó de la perspicacia política y social necesaria para navegar el intrincado embrollo de la política colonial.
Ambas experiencias, eventualmente, lo llevaron desde las tripas de la colonialidad más abyecta, a concebir y comenzar a ejecutar una plan maestro para lograr la soberanía de Puerto Rico.
Para Cordero Santiago, la política era un juego de espejos donde la realidad y la ilusión se entrelazaban de manera inextricable. Su manera de convertir esas ilusiones en realidades y las realidades en nuevos sueños fue el trabajo intenso y la dedicación tenaz y adversativa.
Comenzó su carrera como asistente especial del gobernador de Puerto Rico, Rafael Hernández Colón, un hombre que personificaba la ambigüedad y complejidad de la política puertorriqueña. Aunque militante de un partido colonial con enormes taras existenciales, Churumba poco a poco fue desarrollando una conciencia política sobre la necesidad y maneras de alcanzar la soberanía que sectores significativos del independentismo puertorriqueño no ocultan agradecer.
En 1988, respaldado por Hernández Colón, se postuló como alcalde de Ponce, consolidando su destacado papel en esta narrativa laberíntica. Durante su mandato, proyectos de envergadura como la creación del parque familiar Julio Enrique Monagas, el emblemático Malecón de La Guancha, la rehabilitación de comunidades históricas como San Antón y la 25 de Enero, así como la restauración de íconos históricos como el Parque de Bombas en la Plaza de Ponce y la renovación de decenas de edificios históricos, cobraron vida como anticipos de un cuento de hadas en el tejido urbano de Ponce.
Para lograrlo, Churumba tuvo que enfrentarse a las poderosas maquinarias del centralismo gubernamental y bipartidista, desafiando a burócratas y sectores económicos egoístas, mientras su pueblo ansiaba desesperadamente un rayo de esperanza.
Sin embargo, su propósito de vida más audaz fue el Puerto de las Américas que posteriormente se engalanó con su nombre. Este proyecto desafió las narrativas de impotencia de la colonia y los retos de la economía. Prometió un renacimiento prodigioso para la ciudad, la región sur y el resto del país.
Churumba lo concibió como un puerto de transbordo internacional, de hondo calado, fuera de las leyes de cabotaje y con zonas de valor añadido, que facilitaran empleos bien remunerados a todos los puertorriqueños y puertorriqueñas. Cada uno de los conceptos que componen la definición de su puerto los concibió como indispensables para la materialización plena de su visión.
Su idea del puerto era convertirlo en la plataforma necesaria para el crecimiento y desarrollo económico que permitiría a Puerto Rio romper las cadenas del coloniaje. Lo concibió como el «Puente de Plata» hacia la soberanía.
Desafortunadamente, todos los esbirros de los esquemas de importación, intermediación y cabotaje presionaron a la voluble clase política sanjuanera para que remasen en dirección contraria al proyecto del puerto. Además, la enajenada clase política asimilista se encargó de que no progresara, pues de manera obtusa, lo veían como contrario a sus ambiciones de culminación del coloniaje.
Ambos sectores, pusieron todo su empeño para descarrilar y finalmente enterrar esta empresa vital para Puerto Rico. Desde sus atalayas coloniales le soltaron los perros para atacar todos los aspectos del proyecto, lo que trajo como consecuencia el que Ponce perdiera su única esperanza de crecimiento y desarrollo económico.
Desafortunadamente, Ponce tiene ahora la población y la economía prevaleciente en los años 50. La mezquindad de estos sectores nos atrasó más de 70 años en nuestra evolución socioeconómica.
Cordero Santiago también dejó su huella en la cultura de Ponce y de Puerto Rico con su famosa frase «Ponce es Ponce, y lo demás es parking»: una declaración que resuena como un mantra de afirmación ponceña, recordándole a todos la singularidad de su ciudad.
No hay reunión con personas, sin la suerte de haber nacido en Ponce, ya sea en San Juan o en el resto del país, que no termine con alguna referencia chistosa a esa frase emblemática.
Su vida también estuvo marcada por desafíos y afirmaciones patrióticas, como su lucha por la salida de la Marina de los Estados Unidos de la isla de Vieques, que lo llevó por caminos de resistencia y sacrificio en la cárcel federal. Aún como líder de un partido colonial, también estuvo inmerso en el tejido complejo de la lucha por la liberación de Puerto Rico.
Finalmente, en un giro inesperado y trágico, Rafael Cordero Santiago dejó este mundo el 17 de enero de 2004, a los 61 años de edad, después de caer en un estado de coma debido a una hemorragia cerebral. Murió, literalmente, librando una de sus batallas contra el gobierno central.
Cumpliendo su última voluntad, sus órganos fueron donados, como si su espíritu continuara dando vida más allá de la muerte.
El legado de Churumba persiste como una página doblada en la novela de Ponce, marcada para volver a consultarla, por todavía no poder entender su significado y alcance. Un folio que nos obliga a la búsqueda constante de significado en el laberinto de nuestra vida como pueblo.
Por su estatura en nuestro imaginario, su figura descansa en el Panteón Nacional Román Baldorioty de Castro, como un personaje mítico y que celebramos anualmente en enero junto a Hostos y Martin Luther King.
El legado de Churumba es un tejido de realidades y sueños aplazados, una encrucijada donde el pasado y el presente se entrelazan en una danza incesante.
A través de su visión y acciones, transformó la ciudad de Ponce en un paisaje de belleza y cultura, preservando la historia en cada calle y edificio restaurado.
Churumba, un narrador de historias urbanas, un arquitecto de sueños y un defensor de causas justas, dejó un legado que, aunque truncado, se teje en el tapiz eterno de la historia puertorriqueña, como un personaje polémico, pero ejemplar.
Sin embargo, para comprender plenamente su legado es esencial situarlo en el contexto de las carencias y fallos de los alcaldes y alcaldesa del bipartidismo que vinieron después. La notoria disparidad entre las aspiraciones y los logros de Churumba en contraposición con los de sus sucesores proporciona una base sólida para valorar su legado. Como la evidencia del terrible desempeño de los sucesores es incuestionable, la exageración de la figura de Churumba podría ser una tentación.
Los sucesores fallidos de Churumba no solo contrastaron su figura, sino que, sin lugar a dudas, la encumbraron. Irónico que Cordero Santiago, como cualquier ser humano, con sus aciertos y desaciertos, haya visto cómo su imagen se expande y se magnifica con el paso del tiempo, a la luz de las torpes acciones y omisiones de quienes vinieron después.
Churumba no pudo cruzar el Puente de Plata hacia la soberanía, el casco urbano que con tanto esmero rescató, se encuentra arruinado y desdentado. Tampoco materializó su sueño de que luego de su muerte una nueva generación de políticos ponceños tomase la ruta que conduzca a la soberanía y nuestra autosuficiencia como pueblo.
Desafortunadamente, desde la partida de Churumba, el liderato bipartita ponceño ha remitido a la ciudad al abandono ayer, y hoy al oscurantismo.
En la conmemoración de los 20 años de su fallecimiento, no dudo que los puertorriqueños y puertorriqueñas que tuvieron el privilegio de conocerlo o de estudiar su figura valoren su legado en todas sus dimensiones. Sin embargo, considero que la mejor manera de enfocar y dimensionar su legado es observar su figura a futuro como un modelo de tenacidad y lucha para alcanzar los objetivos impostergables de nuestro pueblo.
El recuerdo de la vida y obra inconclusa de Cordero Santiago continúan entrelazándose con la compleja historia de Ponce y Puerto Rico como una narrativa que sigue sorprendiendo y desconcertando, pero que merece ser recordada con admiración y como paradigma de la ruta que debe seguir el nuevo liderazgo político que, sin duda, retomará próximamente las riendas de nuestro país.