A don Emilio Vega, un ponceño de padres isabelinos y memoria prodigiosa, que nació hace 94 años en una casa enclavada donde hoy se levanta el Residencial Público Santiago Iglesias de Ponce, una comunidad en la que numerosos miembros eran comerciantes y quincalleros procedentes, como sus padres, del pueblo de Isabela, y que por eso muchos en la ciudad llamaban al sector “Isabela”.
Al comienzo, en Puerto Rico la energía eléctrica la producían plantas generadoras de propiedad privada.
A manera de ejemplo, don Alejandro Marcial “Chalí” Franceschi Antongiorgi fue dueño de la “Compañía Eléctrica de Yauco”, la central que le proveyó energía eléctrica a Guayanilla y Yauco desde el inicio del siglo pasado hasta el año 1917.
Don Alejandro fue el padre de “Lunita”, mi fenecida primera esposa y madre de mis tres hijos biológicos de quien les he hablado tantas veces.
Entretanto, para el 1903 existía en la Ciudad Señorial la “Compañía Anónima de la Luz Eléctrica de Ponce”, y así sucesivamente.
Andando el tiempo, el gobierno compró unas, expropió otras y en el año 1941 creó la Autoridad de las Fuentes Fluviales, antecesora de la Autoridad de Energía Eléctrica (cambió de nombre en el 1979), la que con sus luces y sombras (muchas más sombras que luces) le sirvió a Puerto Rico hasta muy recientemente.
Mas como pregona uno de los Peter’s Principles: “Por malas que estén las cosas, siempre se pueden poner peor”. Y así ha sido…
No es exactamente de esto que hoy les quiero hablar: no en este bienvenido regreso del periódico La Perla del Sur a la vida pública, a donde pertenece. Es del traspaso del deber de generar y distribuir energía eléctrica de empresas privadas -en su origen- al Gobierno de Puerto Rico, y la emotiva consecuencia marginal de aquel proceso que hermanó a mis dos amados pueblos: Isabela y Ponce.
Cuando el gobierno asumió esa responsabilidad, cuando determinó generar y distribuir energía hidroeléctrica a varios pueblos aledaños a Isabela, sobre todo Quebradillas y Aguadilla, y adoptó la tarea de auxiliar a la agricultura en Isabela, cuyos terrenos son muy fértiles y apropiados para una diversidad de productos, decidió expropiar una considerable cantidad de cuerdas de terreno.
En ellos creó un gran embalse, también unos anchos y hondos canales, construidos en hormigón, para el riego agrícola, y las que en definitiva llegaron a ser cinco plantas hidroeléctricas, que funcionaban con las aguas en rápido movimiento de esos canales.
Para hacer esos canales anchos y extendidos, en bajada, de modo que el agua fluyera por ellos por gravedad, tuvieron que cavar 21 túneles en la montaña, que aún hoy subsisten.
Todo esto combinado, constituía un solo gran proyecto, muy ambicioso y costoso, sin precedentes hasta entonces en la región noroeste de Puerto Rico, hasta que llegó la construcción en el año 1939 de la base aérea Borinquen Field, luego bautizada Base Ramey, y la denominada carretera “militar”, que iba estrictamente desde San Juan hasta la base: no llegaba ni a la cabecera de distrito, que era Aguadilla.
Al embalse que se construyó por aquel tiempo hoy se le llama el Lago Guajataca y sus canales hoy se utilizan como una atracción turística para deslizarse por ellos cuesta abajo en balsas, atravesando túneles, lo que es una divertida aventura del llamado “deporte extremo”.
Las cinco plantas hidroeléctricas están inoperantes desde hace muchos años, aunque creo, no lo sé de cierto, que algunas de las estructuras de cemento que las albergaban todavía están en pie.
Podemos imaginar la cantidad de técnicos y trabajadores “de a pie” que este multifacético proyecto necesitó. Entre otros, varios arquitectos, muchos de los cuales eran estadounidenses que estaban radicados en la ciudad de Ponce, desde donde fueron trasladados hasta Isabela.
Como todo aquel que se ha impregnado con el aroma de Ponce, aquellos profesionales signados con el óleo de ésta carismática ciudad, se la llevaron consigo en sus corazones y levantaron su taller de trabajo (es de suponer que muy grande, dada la envergadura del proyecto) en el barrio Planas de Isabela, fronterizo con el pueblo de Quebradillas.
Y llamaron a aquel taller y su extendido entorno Ponce Village.
Con el paso de los años, los residentes del lugar comenzaron a llamarlo Ponce Viliche, como ocurre con otras tantas descomposiciones lingüísticas, y con el tiempo se fue convirtiendo en un pueblito, con todas las de ley, con su placita, su iglesia, su cancha bajo techo, sus Fiestas Patronales a los Santos Niños Inocentes y todo lo que es propio de un pequeño poblado.
Entre los ingenieros y arquitectos que migraron de la ciudad de Ponce al barrio Planas de Isabela y crearon a Poncito, personas de mi tiempo en Isabela recuerdan a
Míster Adams y a Míster Nelson. Benditos sean.
De paso, comparto dos anécdotas curiosas referentes a Poncito. Si usted va allí hoy, verá qué hay una carretera larga que atraviesa al pueblito de oeste a este y continúa hacia el Lago Guajataca. Esa carretera se llama “La caballa”.
El nombre tan curioso obedece, según los relatos, a que cuando llegó allí desde la Perla del Sur uno de los arquitectos estadounidenses, dijo que había llegado “en una caballa”, evidentemente queriendo decir que llegó en una yegua.
Hay en la tradición oral del pueblo variantes de esta misma versión, pero que no cambian su esencia.
La caballa también es un pez del Océano Atlántico, pero no tiene ninguna tangencia con este relato del barrio Planas de Isabela, que es un barrio del interior de la montaña.
En sus primeros años, esa carretera de nombre tan curioso también sirvió para llevar a los niños de Poncito a la escuela del barrio Cacao de Quebradillas, la cual les quedaba más próxima que las escuelas de Isabela, de donde ellos eran oriundos y residían.
En lo que respecta a la otra anécdota, fui uno de los muchos que la vivió.
Si durante mi tiempo de juventud uno decía en Isabela “voy para Ponce”, de seguro le preguntaban: “¿Para Ponce grande o para Ponce chiquito?”
Ahora, con una mirada extendida por el tiempo, comprendo que aquel “Ponce chiquito” era en esencia, era una traducción de “Ponce hijo”, un pueblito fruto del amor de quienes conocemos a esta acogedora Perla del Sur.
Sencillamente genial. Imperativo conocer nuestra historia.
Me encantan estas historias especialmente cuando se trata de mi querido PONCE
Excelente historia, e interesante conocer más de nuestro querido pueblo,Ponce.
Que hermoso es conocer de Puerto Rico de la lengua de este ilustre licenciado. Dios lo bendiga.
Don Kike, siempre genial, con historias auténticas y asombrosas. Un Saludo afectuoso.
Excelente historia. Todo en PR tiene su comienzo en algún lugar y situación interesantisima. Es importante darles a conocer. Me encanto.