“La cultura es el ejercicio profundo de la identidad”.
Julio Cortázar
Al ingeniero Ángel Cabán, quien vive y predica la bondad con el ejemplo de vida de Roberto Clemente, a quien él conoce plenamente.
La cultura popular nos define a todos. Es lo que somos en todos los órdenes. ¡Nada menos!
Ahí radica la importancia de la materialización, desde el mes de febrero del año 2002, de la Fundación Nacional para La Cultura Popular, institución que para mejor, opera a breves pasos de distancia de nuestra casa nacional de gobierno, La Fortaleza, en la calle del mismo nombre, número 56, esquina con la Calle del Cristo, y a pocos bloques de la casa alcaldía de nuestra ciudad capital.
El fundador y sostén de esta institución, Javier Santiago, ni se imagina la admiración y el agradecimiento como puertorriqueño que siento y tengo por él, desde que supe de sus ejecutorias, hace ahora 21 años.
Me narraron el trasfondo de esta importante institución como un cuento de hadas y así se los voy a contar a ustedes.
Hubo una señora muy ingeniosa, hábil para los negocios, persistente y trabajadora como pocos, por lo que llegó a amasar una fortuna.
Oriunda de Caguas, en el año 1952 construyó para sí una casa en una zona entonces campestre de Guaynabo, donde hoy está Garden Hills.
Era una visionaría para los negocios. En el año 1959 al 1960, adquirió la entonces llamada “Casona Fortaleza 56”, la que hizo restaurar a finales de la década de los años 70 por los arquitectos del Toro y Abruña. En consulta con el doctor Ricardo Alegría, se pintó su fachada de verde y blanco.
La señora viajaba diariamente desde Guaynabo hasta el Viejo San Juan, donde “tenía la llave”, como se decía en la época , de esta estructura de dos niveles y una azotea o mirador, del tiempo de España, en la calle Fortaleza 56, esquina con la Calle del Cristo.
En dicha estructura también tuvo, a partir del año1959 cuando la compró, un restaurante y barra muy elegantes, el primer restaurante de comida típicamente puertorriqueña que no era fonda del Viejo San Juan, llamado “La Danza“. Nombre también elegante, en donde durante un tiempo tocó su piano y cantó sus canciones la irrepetible Silvia Rexach, así como pianistas como Elsa Rivera Salgado y Luisito Benjamín, entre otros notables.
También cantaron en él Aida Irizarry, exmiembro del famoso dúo Irizarry de Córdoba y Priscila Flores “La Alondra de San Lorenzo “, acompañada por un grupo de música típica.
La señora, evidentemente, además de ser una buena persona, como en efecto era, tenía muy buen gusto, y mucho ingenio. ¡Imagine! ¡La Alondra de San Lorenzo con un conjunto típico, en la Calle del Cristo del Viejo San Juan!
Fallecida Silvia Rexach, quien murió el 20 de octubre de 1961, a los 39 años de edad, su piano, lleno de quemaduras de su cigarrillo continuamente encendido, permaneció allí, en el local de “La Danza”, durante varios años, hasta que fue trasladado al segundo nivel de la estructura, sobre el restaurante, bien cerca del balcón desde donde Danny Rivera, otro boricua indescriptible, canta cada año su “Atardecer Navideño”, tradición que esta Navidad cumplirá diez años de éxito creciente.
Contiguo al restaurante de buena comida criolla, que todavía existe, Gilberto Monroig tuvo su negocio llamado “La Guitarra”, que hoy alberga la tiendita de discos de la fundación.
En un momento dado, doña Candelaria “Yaya” Santiago Grillo, podríamos igualmente decir “el hada madrina” del relato que les hago, adoptó de facto un niño llamado Javier Santiago, también de sangre de ella, que en definitiva fue su heredero testamentario (Javier la llama Mamá), y por ello eventualmente único dueño de la estructura de Fortaleza 56 y calle de la Cruz, hoy sede de la fundación.
De joven, Javier Santiago estudió en los Estados Unidos y a su regreso fue periodista en El Nuevo Día, en materia de farándula y especializado en la Nueva Ola de la canción popular, sobre la que también escribió un libro varias veces premiado.
Huelga decir que esa estructura de dos niveles y una azotea o mirador en esa ubicación privilegiada del Viejo San Juan vale una fortuna y es muy apetecida por inversionistas y empresarios, sobre todo ahora, digo yo, que en el país pululan inversionistas extranjeros millonarios incentivados para ello por el gobierno, que han creado una inflación inmobiliaria, pagando sobreprecios por las propiedades que los enamoran.
Paralelamente, el pedazo de la calle Fortaleza que queda justo al frente de la sede de la fundación, frecuentemente cubierto por sombrillas o banderas nacionales, es el lugar por excelencia para piquetear, objetar, reclamar al gobierno central, por ser algo así como el jardín frontal de la casa de gobierno. Tanto así, que el pueblo en lucha por nuestra sobrevivencia la ha bautizado muy apropiadamente “Calle Resistencia“.
Frente a ello, como reacción, el gobierno ha puesto en la misma intersección una serie de “burros” que impiden el paso más allá de donde ellos están ubicados, salvo para la fundación, debidamente justificada la visita.
De todos modos, una enriquecedora visita a nuestra esencia, a nuestra Fundación Nacional para la Cultura Popular permite, aunque solo sea muy figurativamente, contrariar a los que desconocen o violentan con pleno conocimiento que nuestra Constitución consagra prohibir ese tipo de expresión pública en las calles de Puerto Rico.
La desobediencia es la vía al hacerlo, como lo da toda reivindicación humana frente a los atropellos del Estado.
Doña Yaya falleció el 3 de abril de 1998. Imagine las ofertas de compra de la estructura que le deben haber hecho al admirado Javier Santiago desde entonces, sobre todo, a partir de la vigencia de la Ley 20, del 25 de julio de 2008 y de la llegada al país de los estadounidenses millonarios que esta ley protege.
¿Qué ha hecho este boricua de exiguos recursos económicos personales, con excepción de la repetida estructura, que para su funcionamiento y crecimiento como fundación precisa de muchos recursos económicos?
Honrando el nombre respetable de la calle donde están ubicados, lo que
ha hecho hasta hoy es “resistir” sin titubear a las continuas y crecientes tentaciones y trabajar personalmente, con sus manos, para añadirle espacios y facilidades a la institución.
Más aún, como me dijo esta pasada semana, después de varios años de no comunicarnos debido al cáncer y a mi subsiguiente “limitación de movilidad”: “El edificio lo heredé por testamento. Es mi deseo poderlo dejar en fideicomiso para que quede como sede de la fundación, más allá de mi paso por esta existencia”.
Bien dice sobre él quien lo conoce muy bien, nuestro Danny Rivera: “Sigo apreciando su entrega en todo lo que realiza con generosidad y empeño. Lo que hace para preservar vida, milagro y hazañas de nuestra clase artística, especialmente los menos ovacionados y protegidos”.
Esta es la clase de ser humano, el tipo de pilar, de zapata, que fundamenta lo que acertadamente dijo nuestro escritor Edgardo Rodríguez Juliá ante la Asamblea 183 del Colegio de Abogados y Abogadas, el 6 de septiembre del año en curso, en el Hotel Ponce Hilton: “Puerto Rico es una nación indestructible”.
Seres especiales como Javier Santiago, que parecen de otra constelación o planeta, son personas que con su conducta y nobleza, abundante en Puerto Rico, nos hacen indestructibles.
Excelente relato. Gracias Quique. Estamos para seguir resistiendo junto a Javier.
Que bien dicho Quique Ayoroa!!! Conocí a Javier de jóven. Cuando redactaba La Nueva Ola. La Fundación fue su sueño «hecho realidad». Desde Mayagüez, gracias Javier.