Pocas veces un líder político logra el aplauso y reconocimiento de adversarios. Muchas menos, logra que sus máximas, sus anhelos y propuestas sobrevivan durante dos décadas al implacable olvido colectivo.
Hoy 17 de enero, la fecha evoca a una de esas honrosas excepciones: a un ponceño que en funciones como alcalde timoneó a su ciudad por 15 años hasta sucumbir a un agudo dolor de cabeza en su despacho, provocado por una letal hemorragia cerebral.
Su deceso ocurrió a dos meses de haber cumplido los 61 años y justo en el punto culminante de una carrera como servidor público que le permitió marcar múltiples hitos.
Entre ellos, derrocar lo que él mismo denominaba como “la psiquis del derrotismo”, el espíritu de un pueblo que hasta entonces sentía y vivía la incapacidad de reponerse de avalanchas como el derrumbe del complejo petroquímico, la pérdida poblacional y vergonzosos casos de corrupción.
Con la ayuda de un ejército de colaboradores, muchos de ellos jóvenes de sangre y espíritu, Rafael Cordero Santiago, el del verbo bravo, también avanzó hacia la descentralización del acaparamiento gubernamental, logrando desde una eficaz delegación de poderes a la ciudad y a la región sur de Puerto Rico, hasta planes de ordenamiento territorial ideados para proveer oxígeno a proyectos de beneficio colectivo y fortalecimiento de la economía local.
Esa misma delegación la repitió en el seno de su propia administración, al conceder poder de voz y voto a comunidades que pocas veces eran escuchadas y a las que apoderó con apoyo personal para que alcanzaran con determinación propia las soluciones a viejos y crónicos problemas.
Así, paso a paso, el proclamado “León Mayor” se transformó en vocero de esperanzas y en gladiador de los sueños inconclusos de una ciudad que más de un siglo atrás operó como capital económica del país.
Consciente de esa realidad, promulgó y defendía que a cada habitante radicado fuera del área metropolitana no se le tratara más como ciudadano de segunda a la hora de la repartición de fondos y proyectos públicos. Por ello, también reclamó que a cada ponceña y ponceño, sin distinción de ideologías, se le concedieran las mismas oportunidades de crecimiento y desarrollo sin salir de su ciudad.
Para propiciarlo, concibió o impulsó proyectos en casi todos los órdenes: desde el parque recreativo familiar más grande del país hasta mejoras capitales a instalaciones deportivas para la celebración de los Juegos Centroamericanos de 1993. Desde reservas de agua para el crecimiento urbano sostenido a lo largo de 50 años hasta la rehabilitación del inigualable casco histórico de la ciudad para “catapultarlo” como destino de excelencia, en y fuera del país.
Pero fue su “Puente de Plata” el epítome de sus ambiciones y aspiraciones: el Puerto de Las Américas. Con él perseguía no solo oportunidades reales para retener en la ciudad a generaciones vigentes y futuras de profesionales. También procuraba crear un modelo económico viable y vibrante para fortalecer a toda la región y para cortar de raíz el cordón umbilical de la dependencia.
En su defensa, se enfrentó al gobierno central. Lo hizo sin pedir disculpas ni permiso, porque practicaba lo que pensaba y pensaba en lo que amaba. Porque creía en sí mismo, en su pueblo y el inexplotado potencial de su raza. Porque aspiraba a vivir en un Puerto Rico sin el separatista yugo del miedo y las ideologías políticas.
A 20 años de su muerte, su agenda y la de miles que apoyaron sus gestas continúa vigente, es pertinente, aunque inconclusa ante la inacción, ante el silencio y la ausencia de una persona, líder o colectivo que crea, afirme y procure que otra ciudad y país es posible.
¿Cambiará esta realidad?
Es importante recordar y respetar y resaltar a los líderes que han aportado al bienestar nuestro; es necesario exigir de aquellos que los sustituyan que finalicen la tarea que comenzó aquel o aquella que ocupe su lugar.