Desde el viernes 23 hasta el lunes 26 del pasado mes de junio, hicimos un viaje por tierra, arduo para mí, ante mi presente condición de salud.
Tomó cuatro horas en una guagüita pública y luego media hora en un lanchón al que llaman chalupa, del Municipio de Chimichagua al Corregimiento de Saloa, nombres indígenas.
Chimichagua es un municipio de aproximadamente 31 mil habitantes, que tiene a su vez tres corregimientos: Candelaria, La Mata y Saloa, hacia donde nos dirigíamos a visitar al tío Miguel Ángel Aycardi, su esposa Karen y sus dos hijas en el presente matrimonio: Luz Karime, de 20 años, y Ana Karina de 18, ambas de marcada pinta italiana.
Me sorprendió gratamente, por la especialidad, saber que Luz Karime estudia Ingeniería Ambiental, becada por sus excelentes calificaciones, en la Universidad de Valledupar.
En la anterior parada, la de Chimichagua, me impresioné al conocer una de esas “matronas” muy características de la idiosincrasia costeña de Colombia, doña Margot Soto, de 92 años de edad, con 12 partos, quien vive sola, independiente, en una casa grande de cinco habitaciones.
Estaba sentada en su balcón con las piernas estiradas hacia otra silla, agarrada a su bastón, rodeada por dos hijos varones, uno de ellos periodista, y por una hija llamada Nora, que estaban de visita, a quienes doña Margot les imparte órdenes con expresión de Mariscal de Campo.
Nora, precisamente, nos contó que Doña Margot lleva con toda precisión la contabilidad de su “plata”, incluyendo el menudo suelto.
En su juventud, esta impresionante señora fue maestra y líder política. Me recordó en Ponce a doña Carmen Solá de Pereira.
Luego de consumir un desayuno más parecido a un almuerzo, con pez bagre, yuca, suero, queso costeño, jugo de uvas isabelinas, café y todo, partimos para el puerto a ocupar la chalupa que por la marca del motor le llaman “Johnson”.
El caminar, ayudado por dos jóvenes y fuertes chaluperos, sobre un cuartón estrecho y la subsiguiente maniobra para entrar a la embarcación, fueron escenas dignas de una comedia cinematográfica, solo superadas en términos de comicidad por la aventura de bajarme de ella, media hora más tarde, en Saloa.
Hicimos una travesía por solo una porción de la ciénaga de Zapatosa que, ante nuestra mirada se veía imponente. Al llegar a Saloa, en cuyo muy primitivo desembarcadero, repleto de plantas de loto o “tarrullas” -que son hermosas, pero que se tragan el pedregal de la orilla- nos esperaba el gentil tío Miguel Ángel, quien fue Concejal en Saloa durante un tiempo y quien desde ese cargo insistió infructuosamente en la urgente necesidad de construir un buen muelle para el corregimiento.
En cambio, sí logró la cancha de fútbol, por la que también abogó, cuyas gradas rústicas están llenas a toda hora.
La mayoría de las pocas calles del asentamiento son en caminos de tierra, con bordes de gramas y casi todas las casas tienen sembrados enormes árboles en el frente y en los patios, que oxigenan y ofrecen mucha sombra.
Son ocho calles y nueve transversales. Felizmente para ellos, ya tiene pavimentadas en cemento sólido las tres calles principales. Es un Corregimiento que se detuvo en el tiempo.
La casa del tío y su esposa Karen, donde pernoctamos el viernes, sábado y domingo, de construcción reciente, con aire acondicionado en las habitaciones, resultó para nosotros muy acogedora. El Corregimiento, no paga por el servicio de energía eléctrica, ya que es subsidiada.
Uno de los problemas que tiene el asentamiento es que solo tiene servicio de agua en días alternos, para lo que tienen en la casa dos grandes recipientes, “tanques de agua” y una moto-bomba en el patio, para cuando se va “la luz”, que parece ser frecuentemente.
Algunas de las viejas casonas tienen sus propios pozos de agua. Los patios grandes están sembrados con muchos árboles frutales, donde corretean las aves de corral.
Paseando y curioseando por el poblado, me percaté que hay en la comunidad, siendo tan pequeña, varios billares, al igual que iglesias cristianas.
Como es comprensible, hay pocas plazas laborales. Entre ellas, la docencia, enfermería, y uno que otro cargo público. También realizan la pesca artesanal, casi exclusivamente de bocachicos, cachamas y bagres, el pez llamado “coroncoro” ya está casi extinto, con lo que me pareció que están subutilizando esa inmensa Ciénaga de Zapatosa, que es una de las más grandes del país.
Sugerí pensar en la posibilidad de unos viveros de peces de agua dulce que multipliquen exponencialmente las especies ya existentes y experimenten para tratar de introducir y adaptar otras, incluso de más tamaño y peso por ejemplar, tal como la lobina.
Les hablé de los viveros de peces de agua dulce de Maricao, pero lo hice tímidamente, porque si en mi modesta y desinformada opinión esta inmensa ciénaga esta subutilizada, nuestros Viveros de Maricao lo están aún más.
Hemos iniciado gestiones en Puerto Rico, a través de la compañera Nerma Albertorio Barnés, ponceña y actual presidenta de Nuestro Diálogo De Autogestión Económica, a ver si modestamente podemos asesorarlos, proveyéndoles literatura especializada.
Ya para finalizar este relato, les cuento una experiencia simpática que vivimos la noche anterior de despedirnos de Saloa.
Pues aquella noche fuimos a hacer un recorrido en un carro que hace las veces de taxi en el poblado -los pocos carros que se ven son de familiares visitantes que vienen de otras regiones- y concluimos el paseo en la plaza central y la iglesia católica, que está justo al frente de esta.
En aquel momento, comencé a sentirme mareado. Se lo dije a Rocío, quien es mi “médico de cabecera”, y me dijo: “Eso es la presión”.
Por suerte, en este sentido, el dispensario médico está justo al cruzar la calle que está al límite de la plaza. Caminamos hasta allá.
Me llevaron ante un joven médico que evidentemente hace lo que aquí llaman “el rural“, que es un año de servicio que los médicos tienen que prestar al pueblo una vez se gradúan, como prerrequisito para obtener la Licencia Profesional.
Habló con autoridad sobre los medicamentos que consumo a diario, me pareció muy competente.
También había una enfermera jovencita y diligente, quien me tomó todos los vitales.
Ya para irnos, dándoles las gracias por tantas atenciones, Rocío le pregunta cuál es su nombre, y ella contesta, “Xilena”.
Y continuó este breve diálogo:
- Igual que mi hermana,
- ¿Y quién es su hermana?
- Xilena Aycardi (mi cuñada, de quien les hablé en reciente ocasión)
- Por ella me puso el nombre mi papá.
Cuando regresamos a la casa, se lo contamos a Xilena, quien la llamó por teléfono y le habló por FaceTime. Luego nos contó que, de la emoción, la jovencita lloró.
Muy interesante experiencia, esta de Chimichagua y Saloa.
Excelente , Quique . Debería haber un premio nobel específico para la crónica . Tu serías mi candidato . Junto a Edgardo Rodríguez Juliá y Jaime Córdova QDP , has sido mi maestro . Por supuesto , tratándose de Colombia la historia , García Márquez tendría dos nobel
Abrazo
Siempre muy lindo leer los refrescante aporte de Quique Ayoroa.