Esta semana, la búsqueda por sobrevivir al desastre socioeconómico que vive el país y al criminal manejo del servicio eléctrico por parte de la privatizadora LUMA tras el paso del huracán Fiona, me llevó a buscar alternativas para alimentarme.
Así, en un ejercicio de frugalidad que me permitiera estirar lo más posible los recursos, salí en mi bicicleta como cazador en busca presa. A pocos minutos y a unas cuantas cuadras de casa, pasé por la guagüita –food truck para los hípster- de Mickey Jr. en la calle Navarra de Ponce, casi intersección con la carretera PR-14, frente a la nueva Clínica de Veterano.
Tras saludar al amigo Mickey le pedí dos sándwiches de bistec, uno para casa y otro pa’ doña Julia, la vecina que me consiente. Sin embargo, al ver el tamaño del emparedado, me di cuenta de que con aquella flauta de harina rellena de proteína comíamos, mi compañera y yo, dos veces.
Sin esperar un segundo, le grite a Mickey, quien batallaba frente a la parrilla como samurái de vídeo juego, dámelo sin mayonesa pa’ que me dure para la noche.
La aclaración es importante, pues como ya es costumbre en esta ciudad, los sándwiches se sirven “con todo”. Cosa que incluye lechuga, tomate, cebollas y se terminan con aceite aderezado con ajo, kétchup y mayonesa.
Sin embargo, no siempre fue así.
De acuerdo con diversas versiones, y no sé si es correcto, el uso de la mayonesa en los tradicionales sándwiches ponceños se popularizó entrada la década del 1960, tras la llegada de la primera ola de cubanos que salieron de su patria tras el cambio revolucionario de 1959.
Habría que estudiar si tras esta incorporación, el resultado natural de la mezcla en el pan del kétchup y la mayonesa salió el aderezo que conquistó el paladar de los boricuas y que conocemos como “mayo-kétchup”.
El punto de este recuento es que, al probar el emparedado de carne, mi mente voló a mediados de los ’60, a la antigua Cafetería La Catalana que ubicaba en la esquina de las calles Comercio y Salud de Ponce.
En aquellos años, me escabullía de la escuela para ir y merendar un sándwich de bistec y un refresco de uva Old Colony que me costaba menos de un dólar.
El sándwich de bistec de Mickie me recordó el robusto sabor a vinagre y adobo criollo que tanto recuerdo, extrañaba y que, para mí, comidista de bajo mundo, me recordó a mi preadolescencia en La Catalana.
Según disfrutaba del emparedado y del profundo sabor criollo de la carne fui entendiendo que, al faltar la mayonesa, el papel estelar como aderezo lo ocupaba el aceite macerado en ajo.
Ese trasunto a ajo que humedece el pan es el verdadero referente del sándwich tradicional ponceño y la delicia que realmente es el sabor que me llevó a mi juventud.
En fin, gracias a la falta de mayonesa pude irme en un viaje de nostalgia que me llevó a la época que comenzaba a desarrollarme como comidista aficionado. Igual me llevó a una época cuando los gobiernos y las instituciones, por lo menos, aparentaban que los seres humanos les importaban.
Terminado el sándwich y el agua fría, gracias al hielo que me regaló doña Julia, mi mente regresó a la realidad que se vive sin servicios básicos de electricidad y agua potable. La realidad de un gobierno para quienes el sufrimiento del pueblo es una oportunidad para repartir contratos a sus inversionistas, mientras que para las empresas es el tiempo de cosechar el capitalismo del desastre.
Sin embargo, para mí fue la oportunidad para disfrutar de un verdadero sándwich ponceño, sin mayonesa y con aceite de ajo. Una pena ya no hay Old Colony de uva en botella de cristal.
¡Buen provecho!
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