Con una pequeña escoba y un recogedor, Olga Prenzilevich limpiaba los escombros en una calle de un tranquilo suburbio de Kiev junto a un conglomerado de vehículos y restos calcinados.
Pero no podía limpiar el terrible recuerdo de ver cómo un helicóptero del gobierno que llevaba al ministro del Interior ucraniano se precipitaba en medio de la niebla y se estrellaba contra el edifico de una guardería. O la frenética operación posterior para salvar a los niños, sus diminutos cuerpos en llamas.
“Sigo conmocionada”, dijo la conserje de 62 años, mientras el hedor acre aún flotaba en el aire.
Cerca, Oksana Yuriy, de 33 años, observaba mientras los investigadores fotografiaban la escena para tratar de recomponer lo ocurrido en el siniestro.
“Creía que este era un lugar seguro”, dijo. “Ahora comprendo que eso no existe”.
Es la dura lección que han tenido que aprender los ucranianos en una semana de duelo con al menos 59 muertos en lugares que muchos consideraban resguardados de la violencia en la guerra contra Rusia, que ya dura 11 meses.
Desde febrero se han perdido vidas en ataques de misiles y combates en el campo de batalla, y han muerto civiles en escuelas, teatros, hospitales y edificios de apartamentos. Han sufrido pérdidas irrecuperables: un ser querido, un lugar al que llamar hogar y, para algunos, cualquier esperanza para el futuro.
Pero la última semana pareció especialmente cruel.
Comenzó el fin de semana, cuando una ronda de misiles rusos golpeó, entre otros lugares, un complejo de apartamentos donde vivían unas 1,700 personas en la localidad suroriental de Dnipro. En el ataque del 14 de enero murieron 45 civiles, incluidos seis niños. Fue el suceso más mortal contra civiles desde primavera, en una zona antes considerada segura por muchos que huyeron de las líneas del frente más al este.
Entonces llegó el choque de helicóptero del miércoles contra una guardería en Brovary, un suburbio de Kiev, en el que murieron 14 personas, incluidos el ministro del Interior, Denys Monastyrskyi, otros miembros de su ministerio y la tripulación de la aeronave. Un niño que estaba en tierra murió y 25 personas resultaron heridas, incluidos 11 niños.
Monastyrskyi, de 42 años, viajaba al frente cuando el helicóptero Super Puma se estrelló en la niebla, aunque no se ha establecido la causa oficial.
El viernes se veían flores colocadas en la cerca de la guardería. Una mujer de 73 años colgó una bolsa de plástico llena de plantas de aloe vera porque había leído que podrían ayudar a sanar a las víctimas de quemaduras.
Pero el duelo no se limitaba a Brovary o Dnipro.
En un cementerio en la localidad de Bucha, cerca de la capital, Oleksy Zavadskyi fue enterrado tras morir en batalla en Bajmut, donde hay intensos combates desde hace meses. Su prometida, Anya Korostenstka, dejó caer tierra sobre su ataúd cuando lo colocaron en la fosa. Después se deshizo en lágrimas.
“El valor de nuestro ejército y las motivaciones del pueblo ucraniano no bastan”, dijo el presidente, Volodymyr Zelenskyy, en una conferencia de prensa el jueves en el Palacio Mariinskyi de Kiev.
El día anterior ofreció un discurso por videoconferencia en el Foro Económico Mundial en Davos, Suiza, donde pidió a su influyente audiencia que se pusiera en pie y guardara un momento de silencio en memoria de los muertos en el choque de helicóptero. Su esposa, Olena Zelenska, que había viajado a la conferencia para recabar apoyos para Ucrania en persona, se enjugó lágrimas cuando supo del siniestro.
En un acto el jueves en el lujoso Hotel Fairmont de Kiev, la embajadora de Estados Unidos, Bridget Brink, dijo a los asistentes que parte del personal de la embajada había muerto en combates en el frente.
“Sé que muchos ucranianos dentro y fuera del gobierno sufren ahora mismo”, dijo, e instó a los diplomáticos, empresarios y periodistas presentes a que no perdieran la fe.
“Si lo ven día a día, es casi demasiado duro”, añadió. “En una perspectiva más amplia, es una historia diferente”.
En una unidad hospitalaria en Dnipro, donde se recuperaba del ataque de misiles del fin de semana pasado, Olha Botvinova, de 40 años, celebraba con globos y tarjetas de cumpleaños. En realidad no era su cumpleaños, dijo, pero creía que había nacido por segunda vez solo por sobrevivir.
“Pensamos seguir viviendo”, dijo.
Ella había huido de la violencia en Donetsk en 2014, cuando separatistas respaldados por Moscú tomaron la ciudad. En la primavera de 2022 tuvieron que huir de nuevo, en esta ocasión de la ciudad de Jersón, después de que cayera ante fuerzas rusas.
Pensó que estaría a salvo en Dnipro.
El ataque de misiles reventó los muros de cocinas y habitaciones en docenas de apartamentos. La vida tal como era antes parecía preservada en su interior: en una cocina del octavo piso con brillantes paredes amarillas se veía un bol de manzanas intactas.
Muchos vecinos seguían sin ventanas. Oleksii Kornieiev regresó del frente en el este para ayudar a su esposa a limpiar.
“El ánimo de nuestra familia está bajo”, dijo, señalando que tienen que lidiar con cortes de luz en medio de temperaturas gélidas. “Pero nos alegramos de estar vivos”.
En puntos de distribución de la ciudad se repartía ropa, almohadas, mandas y colchones.
“Ayer lo teníamos todo y hoy no tenemos nada”, dijo la voluntaria Uliana Borzova sobre los habitantes de la zona.
“Intento resistir”, dijo. “Porque de lo contrario, nos ahogaremos todos en la pena”.