La producción agrícola y pesquera en América Latina y el Caribe aumentará un 12 por ciento en la próxima década, pero a un ritmo «más lento» que el pasado y entre desafíos como la volatilidad del comercio mundial, según prevé un informe la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, en inglés).
«Se prevé que la producción agrícola y pesquera en la región se expanda un 12 por ciento para 2032, marcadamente más lenta que en el pasado», se lee en el documento con las perspectivas mundiales de la FAO y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (ECDE).
Los organismos estiman que casi el 70 por ciento del crecimiento provendrá de la producción de cultivos, que aumentará en un 17 por ciento, mientras que la ganadería y la pesca experimentarán un auge «más moderado» del 11 por ciento y el 10 por ciento en los próximos diez años, respectivamente.
En este sentido, apuntan, «las exportaciones son clave para un crecimiento agrícola sostenido» y esta región con 2,000 millones de hectáreas cultivadas y «abundantes recursos» agrícolas enfrentará numerosos desafíos, como el resto del mundo.
El informe destaca en primer lugar que para 2032 se prevé que América Latina cope una cuota de exportación mundial de más del 30 por ciento de maíz, soja, azúcar, carne de vacuno, aves de corral y harina.
«La importancia de la exportación para la agricultura de la región es subrayada por su posición central en el comercio mundial y por su rol central para impulsar el crecimiento de la producción», alega.
Pero, al mismo tiempo, avisa de que un crecimiento «sostenido» de los cultivos latinoamericanos y caribeños dependerá de que el mundo mantenga «su orientación hacia un mercado global abierto».
Es decir, la prosperidad de la agricultura en la región dependerá también de sus compradores extranjeros, de las exportaciones, y por eso «en la próxima década la evolución de las relaciones comerciales en varias partes del mundo» contará mucho para los productores, creando «nuevas oportunidades y riesgos».
«Si bien el crecimiento impulsado por las exportaciones ha hecho bien» a Latinoamérica y el Caribe -aunque países como Panamá y El Salvador son esencialmente importadores-, «el mercado global es cada vez más volátil y el comercio internacional más frágil» entre tensiones geopolíticas, como la guerra en Ucrania, por ejemplo.
Otro de los factores que podrían variar la producción es la crisis climática. La región, sobre todo Brasil, ya representa más de la mitad del cultivo mundial de soja y se espera que su cuota llegue al 54 por ciento en 2032 pero la sequía de 2021 hizo que se encareciera.
«Ante el continuado cambio climático, estos fenómenos podrían ser más frecuentes. Muchos países de la región de hecho ya se ven desafiados por condiciones de sequía prolongadas que influyen en su potencial productor, así como por la presencia de desastres naturales como los incendios», avisan las agencias.
En condiciones climáticas «normales», alegan, Latinoamérica «tiene potencial para suplir las brechas» de producción generadas por la guerra en Ucrania y la incertidumbre en la zona del Mar Negro tras la invasión de la Federación Rusa.
El documento explica que la región afronta el reto de aliviar la miseria, máxime cuando en 2021 la tasa de pobreza extrema aumentó al 13.8 por ciento en América Latina, en niveles no vistos desde hacía más de un cuarto de siglo, un dato confirmado por la CEPAL.
En este contexto, la alimentación ha visto que «una década de avances en la disponibilidad total de calorías se ha estancado en gran medida desde 2015».
Esto se debe a la disminución de los niveles de ingresos de las personas, por «la inestabilidad macroeconómica», así como a la pandemia y al aumento de los precios.
«Para 2023, se espera que la ingesta per cápita alcance las 3,111 kilocalorías anuales por persona, pero es un crecimiento del 3 por ciento lento para una década. Esto supondría un auge de solo 89 kilocalorías diarias por persona», avisa el informe.
En este ámbito, el alimentario, los organismos avisan que el consumo de azúcar en la región sigue siendo «alto», casi un 65 por ciento por encima de la media global.