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Puerto Rico bandera

Foto: Luis Santiago / Unsplash (archivo)

No es momento para la resignación: Puerto Rico enfrenta una encrucijada

Rolando Emmanuelli Jiménezby Rolando Emmanuelli Jiménez
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21 de febrero de 2025

El resultado de las elecciones en los Estados Unidos ha marcado el inicio de un período de cambios drásticos, cuyas repercusiones para Puerto Rico serán inevitables.

Con la victoria de Donald Trump, las señales de lo que viene son claras: el desprecio hacia el orden legal y constitucional, una reducción agresiva del gasto gubernamental federal, el desmantelamiento del estado benefactor, una mayor presión sobre los estados y territorios dependientes de fondos federales y el endurecimiento de las políticas hacia Puerto Rico.

No es especulación, es la realidad inminente.

En este escenario, los políticos coloniales de Puerto Rico parecen paralizados. No hay estrategia, no hay respuesta, y lo más preocupante, no hay un plan B. Se aferran a la inercia, confiando en que los lazos históricos con Estados Unidos servirán de escudo protector. Pero la historia reciente nos demuestra lo contrario: Trump ha manifestado en múltiples ocasiones su desprecio hacia los puertorriqueños, y todo indica que, al regresar a la Casa Blanca, esa actitud se traducirá en acciones concretas con efectos potencialmente demoledores para el país.

El prejuicio como política pública

La estadidad para Puerto Rico no es una opción viable, porque los Estados Unidos no la consideran ni deseable ni conveniente dentro de su marco político y económico.

A lo largo de la historia, el Congreso ha demostrado falta de voluntad para admitir a Puerto Rico como estado, reflejada en la ausencia de acciones concretas para viabilizar la anexión y en la resistencia bipartidista a asumir las implicaciones económicas y políticas que conllevaría.

La realidad es que la estadidad para Puerto Rico no responde a un interés nacional dentro de la política estadounidense, ya que añadir un estado con un idioma mayoritariamente distinto, una cultura diferenciada y una situación económica compleja no es una prioridad para Washington.

El modelo territorial actual, aunque injusto, permite a Estados Unidos mantener el control sin asumir los costos y responsabilidades de la plena integración, evidenciando que la estadidad no es una posibilidad real, sino un espejismo político sin respaldo en la práctica.

Desde 2017, Trump ha demostrado un desdén abierto hacia Puerto Rico. Sus expresiones durante el huracán María, cuando desestimó la tragedia y desvió la responsabilidad de la respuesta federal, son solo una muestra del patrón de indiferencia y desprecio.

A lo largo de su mandato y en su retórica política posterior, ha reiterado posturas que implican un prejuicio profundo contra los puertorriqueños, tratándonos como una carga innecesaria y corrupta para el presupuesto estadounidense. No es casualidad que su administración obstaculizara la llegada de fondos de recuperación y que sus aliados promovieran restricciones adicionales a las ayudas federales.

Este prejuicio no es un problema aislado de la personalidad de Trump; es un componente de la política pública que está implantando su administración.

No hay razones para pensar que esta vez será diferente. Más bien, con un Congreso posiblemente más alineado con su agenda, es previsible que haya medidas aún más drásticas en términos de recortes y restricciones.

En otras palabras, Puerto Rico enfrentará una situación de mayor precariedad con menos recursos y sin aliados en Washington que aboguen por la isla.

La sumisión colonial: estrategia fracasada

Ante esta realidad, la clase política puertorriqueña continúa operando bajo el mismo esquema de sumisión colonial que nos ha llevado al desastre. Su estrategia parece ser esperar y ver qué ocurre, como si la inercia política de Puerto Rico bastara para sostenernos en este nuevo escenario.

Los mismos políticos que durante décadas han prometido estabilidad y progreso dentro del marco del estatus actual ahora se ven sin respuestas ante una administración que los considera irrelevantes.

La diferencia con otros países es abismal. México, bajo la presidencia de Claudia Sheinbaum, sí tiene un plan B. Ha diseñado una estrategia para blindar su economía y su estabilidad política ante los cambios en Washington, asegurando que su país no dependa exclusivamente de la voluntad de la Casa Blanca.

Mientras tanto, en Puerto Rico seguimos esperando migajas, sin autonomía real para tomar decisiones que nos permitan enfrentar esta crisis con dignidad.

Este vacío de liderazgo es peligroso. Sin un plan de contingencia, el impacto de los recortes y de la hostilidad de la administración Trump será devastador. No se trata solo de perder fondos federales; se trata de perder oportunidades, de quedar aún más marginados en un sistema que siempre nos trata como ciudadanos de segunda categoría.

La necesidad de un plan B

La pregunta clave es: ¿qué hacemos?

No podemos seguir dependiendo de la estructura colonial que nos ha dejado sin herramientas para enfrentar crisis. Es momento de repensar nuestro modelo económico y político desde la base.

La historia nos ha enseñado que las grandes transformaciones ocurren en momentos de crisis, y este es el momento de plantearnos una nueva dirección para Puerto Rico.

Parafraseando a la licenciada Ariadna Godreau, en una entrevista para el Centro de Periodismo Investigativo, el mundo que conocíamos ya no existe. Estamos ante un nuevo orden, y lo que viene no se parecerá a nada de lo que hayamos vivido antes.

Esa es la clave del problema, pero también la clave de la solución.

Si aceptamos que el pasado no volverá, entonces podemos construir un futuro desde cero, sin las ataduras de lo que antes dábamos por sentado.

La crisis que enfrentamos es, paradójicamente, una oportunidad. Si el gobierno de Puerto Rico no tiene un plan, la sociedad civil debe articularlo. No podemos seguir esperando a que desde Washington dicten nuestro destino. Es hora de diseñar un modelo de desarrollo propio, basado en nuestras fortalezas y capacidades.

Primer paso: redefinir la descolonización

Si hay un tema que debe estar al tope de cualquier plan B para Puerto Rico, es la descolonización. Pero no podemos seguir pensando en la descolonización con los paradigmas del pasado.

Los principios tradicionales del derecho internacional sobre libre determinación y autodeterminación fueron diseñados para un mundo que ya no existe. Los procesos de descolonización del siglo XX se dieron en un contexto geopolítico que hoy ha cambiado radicalmente.

La realidad de Puerto Rico bajo la administración Trump nos obliga a repensar qué significa la descolonización en el siglo XXI y qué estrategias son viables en este nuevo escenario global.

La restauración de un nacionalismo económico oligárquico, el debilitamiento de los organismos internacionales, el predominio de la fuerza sobre el derecho internacional y el auge de políticas proteccionistas en Estados Unidos ha cambiado las reglas del juego. No podemos seguir esperando que el derecho constitucional, las normas de la ONU o la comunidad internacional vengan a rescatarnos, ni confiar en mecanismos que, en la práctica, han resultado inefectivos.

Lo que la crisis actual nos muestra es que necesitamos nuevas estrategias, nuevos modelos y una visión más pragmática de cómo alcanzar la soberanía. No se trata de abandonar el reclamo de descolonización, sino de reformularlo con base en las oportunidades y desafíos que el nuevo orden global nos presenta.

Sociedad civil y Trump

En este nuevo contexto, esperar por el Congreso de los Estados Unidos o por los comités tradicionales de relaciones exteriores es una pérdida de tiempo. Las reglas del juego han cambiado y la administración de Trump ha dejado claro que opera bajo una lógica distinta, ajena a las estructuras convencionales de la política estadounidense.

Si queremos resultados, hay que ir directamente a la raíz del poder.

Puerto Rico no puede seguir esperando la acción de los políticos coloniales que solo saben mendigar y obedecer. Es la sociedad civil la que debe asumir un rol protagónico y convertirse en la interlocutora directa ante la administración Trump.

En otras palabras, es momento de crear una comisión de líderes del sector privado, de la academia, de organizaciones comunitarias y del sector productivo que pueda presentarle a Trump una propuesta concreta para una solución política, mutuamente beneficiosa.

La lógica de Trump no es la de la diplomacia tradicional, es la del negocio, la transacción, el intercambio de valor. Si queremos que tome en serio la necesidad de resolver el problema colonial de Puerto Rico, hay que plantearle una oferta clara: ¿qué gana su administración con un nuevo modelo de relación con Puerto Rico?

Esta estrategia tiene ventajas cruciales:

  • Rompe con la estructura colonial de dependencia política y coloca a Puerto Rico en una posición activa de negociación.
  • Aprovecha la mentalidad transaccional de Trump, que está más inclinada a aceptar acuerdos que le representen un beneficio político o económico.
  • Evita el letargo de los procesos legislativos tradicionales, que históricamente han servido para postergar indefinidamente cualquier solución al problema del estatus.
  • Empodera a la sociedad civil y a los sectores productivos, sacando del juego a la clase política colonial que ha fracasado una y otra vez en la tarea de defender los intereses de Puerto Rico.

La pregunta no es si Trump está dispuesto a escuchar: es si nosotros estamos preparados para aprovechar esta oportunidad.

Mientras más tiempo sigamos esperando por comités en Washington y promesas huecas del Congreso, más vulnerable será Puerto Rico ante los embates de la nueva administración. 

Un llamado a la acción

No es momento para la resignación. Puerto Rico enfrenta una encrucijada, y las decisiones de hoy marcarán nuestro futuro. La administración Trump impondrá cambios drásticos, y los políticos coloniales no harán nada para evitarlo.

La única respuesta es un plan B sólido y viable, que no dependa de Washington, sino de nuestra capacidad para forjar nuestro propio destino. Es hora de unir esfuerzos y debatir un nuevo modelo para Puerto Rico.

Las reglas han cambiado. Este puede ser nuestro momento, si actuamos con valentía. Llevemos nuestra propuesta directamente a Trump y tomemos control de nuestra historia.

Rolando Emmanuelli Jiménez

Rolando Emmanuelli Jiménez

Columnista y abogado experto en la Ley PROMESA.

Comments 2

  1. Lourdes says:
    8 meses ago

    Excelente artículo. Puerto Rico saldrá adelante cuando los puertorriqueños entendamos que tenemos que tomar nuestro destino en nuestras manos. Creo que la bola ha estado en nuestra cancha por mucho tiempo y hemos optado por pasarla sin tratar ganar. Ahora Trump amenaza con cambiar el juego. O jugamos para ganar, o forzamos un nuevo juego o nos resignamos a ser empleados de servicio de los que vienen a vivir como reyes en nuestra isla.

    Responder
  2. José Esteban says:
    8 meses ago

    Este es un artículo, otro más de los muchos, interesante y ameno para leer que brinda ideas motivadoras, y una prosa que como ya es de costumbre, no añade mucho a la retórica de la condición de Puerto Rico hoy. Así es. Al leerlo uno espera con ansias leer el supuesto plan B o alguna otra solución que sea práctica y brinde resultados, pero se queda corto al no presentar ninguna. No se puede tener un plan B cuando no hay un plan A. Habla de la situación actual y de cómo México sale con un plan B sin mencionar que México es un país soberano, algo que la presidenta Sheinbaum acertadamente le recuerda al mundo en cada oración que proclama en cada una de sus conferencias matutinas. No hay, ni se puede comparar la relación político-económica de México y Estados Unidos con la de Puerto Rico porque Puerto Rico no es un país soberano y está a la merced del Congreso, y dentro del mismo, de un comité que brega con asuntos de parques y territorios donde acompañamos a los miles de Nativos americanos de Estados Unidos. Entonces, no se pueden hacer comparaciones lineales. Y además, México siermpre ha tenido un plan A.

    Y finalmente, llega al esperado plan y la esperada contestación a la pregunta, “¿qué hacemos?”, y nada, arranca con la famosa y ya gastada como-disco-rayado frase, como si fuera nueva, de “redefinir la descolonización”. De eso se ha escrito y se escribirá mucho más desde un punto de vista académico y político. Uno no se viste con traje y corbata y luego mira a qué fiesta va a caer. Uno se prepara, toma las debidas acciones, y luego se viste para la ocasión (perdona la analogía). Entonces redefiniendo la descolonización se quedaría como ejercicio inútil si el mismo ejercicio no conlleva planes accionables que ya se hayan puesto en marcha y que demuestran los entregables deseados. El artículo hace lo mismo que hacen los que pretende criticar, promete, pero no provee. Como dicen por ahí, no esperes a que se te rompa la balsa para saber si puedes nadar. La historia política y económica de Puerto Rico ha demostrado que según la misma, a voluntad misma, maldad o ingenuidad de los que tienen el poder o medios, no se podría nadar arriesgando la consecuencia de ser absorbido, y nuevamente subyugado por un ente mayor, venga de Asia, Europa o los mismos del Norte. Entonces. Lo de descolonización debe de ser la consecuencia viable de planes, programas y estrategias válidas y comprobadas que lleven a Puerto Rico a su prosperidad, y no hacia la Edad Media tal y como se ha visto en muchos otros países. Y ni siquiera estoy pensando en Cuba, por si acaso a alguien se le ocurre continuar con la comparación de nuestro país hermano.

    Y finalmente, el plan, pero no hay plan, solo menciona a otra comisión más vestida de otro color como si eso fuera a persuadir a Trump, o al puertorriqueño mismo. Es que no es a Trump al que hay que persuadir sino a los mismos puertorriqueños. Pero no estoy hablando solamente del Pueblo, sino de los que tienen el poder empresarial, político y financiero que mas bien se juyen pal Norte más rápido que ligero, o se arriman simbióticamente a un ente que les llene más los bolsillos, cosa que se aprecia todos los días. Con Trump hay que tener cuidado porque si bien es cierto que la incertidumbre de Puerto Rico siempre ha estado presente, y de ella muchos se han beneficiado y continúan beneficiando, la misma pudiera resolverse súbitamente, con el riesgo de que el sueño del que tanto se habló hace seis años, de un Puerto Rico sin puertorriqueños, se haría realidad precisamente porque ese ha sido por más de un siglo el plan B a falta de uno verdadero. Tema muy serio que sí vale la pena seguir.

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