Los primeros rayos del sol aún no aparecen y ya comienzan a sonar los acordes del mariachi, llevándole las Mañanitas a la Virgen de Guadalupe.
Como cada 12 de diciembre, una procesión de fieles carga una antigua talla de la virgen morena hasta la entrada del templo donde se ofrecerá una misa. Los versos de uno de sus cánticos evocan un suceso que dan por milagroso: “Desde el cielo una hermosa mañana, la Guadalupana bajó al Tepeyac”.
No se trata de la basílica en la capital mexicana, cerca del cerro donde -según la tradición- en el año 1531 se apareció la Virgen de Guadalupe al indio Juan Diego. Tampoco es una iglesia en uno de los barrios del este de Los Ángeles o de cualquier otro vecindario en el suroeste de los Estados Unidos, donde el arraigo a la devoción guadalupana da fe de una comunidad mexicana predominante.
Es en Ponce, en el sur de Puerto Rico, donde cada año los guadalupanos boricuas rinden tributo en su día a la imagen de la madre de Dios, que ha sido la santa patrona del pueblo desde su fundación hace tres siglos y medio.
“Ponce es el centro espiritual (en Puerto Rico) de la devoción a la Virgen de Guadalupe desde la época colonial”, asegura el historiador Kevin Rupizá Rodríguez.
¿Cómo y cuándo llegó el culto guadalupano a Ponce?
La respuesta sencilla es que probablemente los soldados del virreinato español lo llevaron consigo en sus viajes entre México y la isla de San Juan Bautista, durante el siglo XVII, y que la devoción por la virgen pronto se propagó entre los fieles isleños.
Pero una respuesta más compleja revela una controversia entre historiadores sobre el verdadero origen del culto -dada la existencia de sendas vírgenes llamadas Guadalupe- y muestra que la tradición actual de llevar las mañanitas a la virgen de Ponce, que tiene poco más de medio siglo, está atada a una relación mucho más longeva entre México y Puerto Rico.

El nombre de la catedral de Ponce
El nombre de la Virgen de Guadalupe ha estado relacionado con Ponce desde antes de su misma fundación. Ya en el 1646 se le llamaba Ponce a una región en el sur tan propensa para la cría de ganado como para el contrabando.
En su Verdadera y auténtica historia de la ciudad de Ponce de 1913, el historiador ponceño Eduardo Neumann Gandía lo relata así:
“En aquella remotísima época los vecinos que vivían diseminados en las espléndidas y feraces llanuras de Ponce se congregaron y erigieron una rústica capilla bajo la advocación de Nuestro Señora de la Guadalupe, construida en 1670”.
La fundación de Ponce sucederá 22 años después, cuando por Real Cédula quede establecida la capilla de la Guadalupe como parroquia -se da como fecha el 17 de septiembre de 1692-.
Neumann dedica todo un capítulo de su libro a refutar la teoría de su amigo y maestro, Salvador Brau, quien en el año 1909 publicó su propia Fundación de Ponce y asegura que el culto guadalupano había llegado de España y no de México.
Brau se refiere a una aparición mariana del siglo XIII en el poblado de Guadalupe en Cáceres, en lo que es hoy la comunidad autónoma de Extremadura, en España. Fue en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe donde, en el siglo XV, los reyes católicos recibieron a Cristóbal Colón y autorizaron su viaje a las Indias.
Según Brau, el que Colón y sus exploradores dieran el nombre de Guadalupe a una de las islas caribeñas donde desembarcaron en su segundo viaje, en 1493, era plena evidencia de que el culto guadalupano había llegado a Puerto Rico con la conquista y que la catedral de Ponce había sido nombrada por devoción a la virgen extremeña.
Brau no convence a Neumann, quien refuta que “es indudable que el culto de la Guadalupe pasó de México a Puerto Rico, y no de España”.
Neumann escribe que, aunque el milagro del Tepeyac data de 1531, la devoción por la Virgen no se arraiga en México hasta casi un siglo después, cuando se le construye un primer gran templo, en 1622.
Neumann escribe que el culto a la virgen mexicana llega a Puerto Rico en los galeones españoles que llevaban los llamados “situados” con los que México pagaba las operaciones del gobierno militar en la isla:
“La gente que tripulaban los galeones, marinos de exaltada imaginación, se harían lengua de los milagros de la Guadalupe, en aquel tiempo de fe católica irreflexiva y de frecuentes apariciones, y hasta traerían a la isla estampas, medallas, cuadros, devocionarios y libros sobre la aparición de la Guadalupe para venderlos en Puerto Rico, y a esta circunstancia obedeció en realidad que los ponceños rindiesen homenaje desde temprana época a Nuestra Señora de la Guadalupe”.
El historiador contemporáneo Rupizá Rodríguez concuerda con la teoría de Neumann, puesto que Ponce se fundó justo en el momento en que la devoción guadalupana comienza a esparcirse, primero por México y luego por el resto de las Américas.
“Es muy probable que sea la Virgen de Guadalupe mexicana la que se establece en ese poblado de Ponce, y no la extremeña,” dice Rupizá, quien a los 28 años de edad está completando su maestría en Historia en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras. “Claro está, no tenemos certeza, no se puede afirmar completamente algo, ni descartar por completo”.
Aunque reconoce el valor de la obra de sus antecesores, Rupizá asegura que la metodología utilizada por los historiadores del siglo XIX, que hacían una afirmación absoluta, no es la apropiada para el XXI.
Añade que hace falta investigar más y que se debería buscar evidencia más sólida: quizás alguna estampilla o algún récord eclesiástico.
No ayuda a los historiadores que la iglesia de la Guadalupe en Ponce haya sido destruida y reconstruida en varias ocasiones, y que no perdurasen registros parroquiales previos al 1850.
Historiador y guadalupano
Algo tiene Rupizá en común con Neumann: ambos se consideran guadalupanos. Neumann escribe que estudió el origen de la Guadalupana ponceña, porque su madre era devota de la virgen y se lo inculcó de niño.
Rupizá, creyente católico, dice que conoció a la virgen por las telenovelas mexicanas que le apasionan.
“Yo soy novelero, desde muy pequeño me gustan las novelas”, expresó antes de imitar a una actriz mexicana que le reza a la virgen, implorando un milagro que siempre se concede.
Cuenta que un día en su hogar de Hormigueros se encontró una pequeña medalla de la Virgen de Guadalupe, a la que reconoció como la de las telenovelas mexicanas, y comenzó a rezarle. Luego se puso a estudiar su origen, a descubrir múltiples obras de arte dedicadas a ella.
Es devoto también de la Virgen de la Monserrate, la de su pueblo, y escribió su tesina de bachillerato sobre esta y su relación con el nacionalismo puertorriqueño. Pero su nombre en redes sociales es @el_guadalupano, y dice que la Virgen de Guadalupe fue una gran influencia en su decisión de ser historiador.
“Buscaba cómo la habían pintado en diferentes etapas, busqué su historia, y creo que la Virgen de Guadalupe fue elemento importante, importantísimo, en ese descubrimiento de que yo quería dedicarme a hacer historias, de que quería dedicarme a hacer investigaciones, de que quería ser historiador y hablar y escribir sobre todos estos temas”, ha destacado. “Claro, ya desde una posición crítica”.
Rupizá es consciente de que, además de ser figura de devoción religiosa, la Virgen de Guadalupe ha sido estandarte de movimientos políticos y sociales de todos los espectros, desde la Guerra por la Independencia de México de 1810 hasta el movimiento católico antiaborto contemporáneo.
Reconoce también su rol en el movimiento chicano por los derechos civiles, que surgió en la comunidad mexicoamericana de los Estados Unidos en la década de 1960. En barrios como Boyle Heights, al este de Los Ángeles, decenas de murales reinterpretan la imagen icónica de la Guadalupana con sus conocidos atributos: su manto azul estrellado, las manos unidas en oración, los rayos del sol que la rodean o la luna creciente sobre la que posa.
El culto guadalupano ya se ha regado por todos los Estados Unidos, hasta en poblaciones rurales de las 13 colonias originales, lugares donde la población mexicana ya tiene presencia.
Dice Rupizá: “Esa es la imagen que se siente: ‘pues mira, soy yo y mi madre, mi madre está aquí. Nos sentimos en nuestra casa, porque nuestra madre está aquí. Podemos hacer comunidad en este sitio’”.
Mexicanos en Puerto Rico
Algo parecido sucedió en Puerto Rico con mineros y otros trabajadores mexicanos que fueron a trabajar al país en la década de 1960 y encontraron que en el sur había una catedral dedicada a la morenita.
Son ellos los que llevan a Ponce la tradición de las mañanitas, con todo y mariachi.
Rupizá señala una foto publicada en el desaparecido periódico El Mundo, el 16 de diciembre de 1963, con el siguiente calce: “Monseñor Luis Aponte Martínez, obispo de Ponce, posa junto al padre Carrasco y un grupo de mejicanos en la Catedral de Ponce”. Aunque no hay mariachis en la foto, es la evidencia más temprana que existe de una celebración mexicana un 12 de diciembre.
“Esta es una de las grandes contribuciones de la comunidad mexicana aquí en Puerto Rico”, dice el joven estudioso, para quien la devoción guadalupana en Ponce es muestra de un lazo que, desde hace más de 350 años, une a dos pueblos.
“Lo que antes fue un encuentro lejano a través de barcos, ahora se convierte en un encuentro real, entre personas mexicanas, que vienen por diferentes razones a habitar en Puerto Rico y encuentran a su patrona siendo venerada en Puerto Rico”, añade. “Le brindan y regalan la tradición que llevan en su mente, en su corazón, a la puertorriqueña. Y la hacen una”.
“Una devoción puertorriqueña y mexicana, es ese encuentro entre dos pueblos. Es una cosa bien, bien linda y bien, bien hermosa. Bien satisfactoria”.