“Ese Mar Caribe que puedo contemplar desde aquí, dentro de 30 años va a llegar al portal de mi taller, según las predicciones”, respondió el maestro -como todos entre estas paredes le llaman- mientras el ala de su sombrero gris le cubría por completo los ojos.
“Vamos a tener que salir de aquí surfeando”, continuó. “Siempre me siento más en casa a nivel del ‘mal’, como decimos en Puerto Rico, del ‘mal’ y del ‘mar’, que muchas veces son la misma cosa”.
Antonio Martorell lleva 31 años en su Taller del barrio La Playa de Ponce. “Aquí trabajo y vivo, en ese orden”. Ahí yacen sus herramientas, sus materiales, sus compañeros, sus discípulos. Todo.
Cada ángulo y escondrijo ha salido desde sus entrañas y las de su equipo. Libros apilados como esculturas; pinturas en lienzos, alfombras y muebles; variopintas figuras en collage decorando el suelo; paraguas abiertos en las esquinas como antenas parabólicas; biombos con grabados y espejos; juguetes de una niñez antigua; mitades de maniquíes rosados que hacen de tiestos para helechos; bañeras blancas chorreadas con pintura; casitas de colores como lámparas colgantes y mesas de trabajo llenas de pinceles y tarros de acrílico en uso.
Es ahí donde comenzó también a grabar y a registrar en vídeo cada proyecto artístico que iniciaba, cada actividad con la comunidad que realizaba, cada proceso creativo, desde el nacimiento de un cuadro o una exposición hasta talleres artísticos para los vecinos, clases magistrales y presentaciones de libros.
Cada movimiento quedaba, y queda, hasta ahora, registrado a través del lente de una cámara.
“Es un modo de dejar constancia de lo que ha sido nuestra vivencia aquí por tantos años”, explicó “Toño”, un apodo que le sale espontáneo al presentarse.
Esa misma máxima, que aflora como mandamiento, lo llevó junto a su equipo a tomar en serio algo que a él le disgusta de sobremanera: postular a un concurso.
“Eso de poner mi destino en manos de otro no va conmigo”, subrayó.
La convocatoria, lanzada en abril de 2021, ofrecía financiamiento para diversas iniciativas culturales, pero una capturó su atención: la realización de documentales sobre proyectos en esa zona de Ponce.
Rápido vinieron a su mente todas esas horas de grabación, junto con sus inmensas ganas de contar la historia del taller y el trabajo artístico y comunitario que ahí se realiza. Pero no solo eso, también las ganas de contar la historia de La Playa de Ponce.
“La Playa es Puerto Rico en pequeño, refleja de un modo más concentrado lo que somos, o intentamos ser, o fuimos en algún momento como país nonato. Un deseo de ser y permanecer, de entendernos, de conocernos”.
A prueba de balas
Para disminuir su resistencia inicial, Toño y su equipo prepararon una propuesta blindada, a prueba de balas, para asegurar el triunfo. Y lo consiguieron.
Obtuvieron la subvención de los fondos de mitigación para el desarrollo de proyectos arqueológicos, históricos y culturales en el área histórica de La Playa, administrados por el Fideicomiso de Conservación de Puerto Rico y la organización Para La Naturaleza.
Cogieron el dinero, lo usaron para ponerse al día con equipos y materiales, cuadraron tareas y fechas, y echaron manos a la obra. Esto sabiendo que, pese a la ayuda, la mayor parte del financiamiento tendría que salir de sus bolsillos.
Con esto claro, se lanzaron en la producción de una serie documental de diez capítulos, de media hora cada uno, sobre la historia del taller y la historia de La Playa, así como la influencia recíproca entre ellos.
Su título es El Taller de La Playa de Ponce: Las artes como vía del conocimiento y aprendizaje de vida. Una simbiosis entre el creador y su entorno.
Comenzaron a recopilar el material grabado para darle una forma, una estructura en función de lo que querían contar. Construir un relato. Para ello buscaron entrevistados de la comunidad que pudieran hablar del taller y del barrio. Del pasado y del presente. También del futuro.
Los elegidos a entrevistar “son personas que fueron parte del comercio en La Playa en tiempos antiguos o que ahora están haciendo alguna labor y el maestro tiene relación con ellas”, comentó Eury Orsini, editor y técnico de sonido del proyecto.
“Las entrevistas son mayormente una conversación entre Martorell y el entrevistado”, agregó Milton Ramírez Malavé, editor y coordinador del proyecto. En ellas puede palparse, según expuso, lo que más inquieta a los playeros: “su preocupación más grande es el futuro, qué va a pasar con La Playa”.
Para conseguir las imágenes de época, recurrieron principalmente al archivo documental Antonio Martorell en Cayey y al Archivo Histórico de Ponce. Muchos entrevistados también facilitaron sus fotos y vídeos personales vinculados al tema. Esto para ir acompañando las entrevistas y la narración del propio Martorell, de textos escritos de su puño y letra.
A mitad de camino
Estamos en un cuarto de ocho por cuatro metros dentro del taller de Martorell.
Desde la entrada se camina a la izquierda, luego a la derecha, después otra izquierda y se sube una escalera. Ahí está el estudio de edición, el centro de comando. “Aquí es donde mayormente diseñamos la cuestión digital, porque Martorell no trabaja nada digital”, continuó Milton.
Es un espacio flanqueado en todas sus paredes por estantes repletos de libros, cuya temática abarca desde maestros del arte moderno hasta historia del cine mexicano.
Al lado de la puerta de entrada hay un acogedor y mullido sofá blanco de dos cuerpos, y más adelante un sillón floreado, de tonos oscuros que hace las veces de trono. En el fondo tres escritorios, cada uno con computadoras y dos monitores para el trabajo de edición y revisión.
“Aquí estoy escuchando todo el material. Ahora mismo estoy usando el programa de vídeo para que la data la puedan coger directamente los que están editando”, cuenta Zuleira Soto-Román, directora de fotografía y técnica de iluminación. “Vamos a mitad de camino, porque ya tenemos prácticamente cinco episodios”.
Los tres trabajan juntos y a la par. Cuando están ahí se quedan ocho horas corridas, de nueve a cinco. Sentados, cada uno en su silla, analizan imágenes y audios, dándose la espalda, pero con el rabillo del ojo atento al trabajo del otro, a la labor colectiva.
Capítulo uno
“En el principio, y solo en el principio, La Playa era playa”. Con esa frase sentenciosa, que nos remonta siglos atrás, comienza el primer capítulo de la serie. Las primeras imágenes que asoman en pantalla son grabados animados del propio artista, debajo de una narración suya sobre La Playa. Luego, se aprecia la imagen de un dibujo antiquísimo del área.
En ese episodio se aborda la historia del barrio. Cómo nació y creció, cómo fue su época de gloria en los años 1800, gracias a la actividad económica emanada del puerto y cómo ahora, tras desastres climáticos y cataclismos económicos, se encuentra en un decadente abandono.
“Con (el huracán) Fiona este fue uno de los últimos sitios donde llegó la luz, uno de los últimos donde llegaron a recoger escombros y uno de los últimos donde vinieron a hacer arreglos. Aquí es más difícil que pase la guagua de Sitras o que pase un taxi”, comentó Milton.
En los relatos se escucha de un abandono que llega a lo físico. Hijas, hermanos, tías, padres, se han marchado en busca de un lugar mejor. Emigraron, a otros barrios de Ponce, de la isla, de Estados Unidos. Muchos espacios están vacíos y muchas actividades dejaron de realizarse, porque el lugar donde se hacían ya no existe.
Cada entrevista es un viaje en el tiempo y, a la vez, una explicación natural de lo que hay ahí actualmente. Se percibe una nostalgia profunda de lo que fue y ya no es. “Muchos recuerdos de un espacio bien brillante, de cuando estaba súper productivo y todavía el enfoque no era abandonarlo”, añadió Zuleira.
Es que, en el principio, y solo en el principio, La Playa era playa.
Y como si de Roma se tratara, todos los caminos -o reclamos- conducen al puerto y a su traslado a San Juan.
En algún momento de la conversación, los entrevistados apuntan a este hecho como la razón de la agonía. Mucha gente tuvo que irse como consecuencia de eso. La economía se vino a pique junto con su brillo. Y los playeros, según Zuleira, parecen estar conscientes que esto no es pura casualidad.
“Están claros que hay una voluntad de desmantelar todo para tener más control de los recursos”, reconoció.
Carnaval y resistencia
Como adelantamos, a través de los diez capítulos se narra la historia del taller y del barrio, y cada uno de ellos está dedicado a un aspecto particular del lugar: la arquitectura en mampostería; las relaciones entre y con la comunidad; las distintas disciplinas artísticas que se ejecutan en el taller -escritura, escultura, pintura, vídeo y performance– y los personajes playeros.
Las entrevistas van hilvanando los fragmentos, la telaraña de recuerdos y relatos.
En ellas, por ejemplo, hablan mucho de la comida. Hacen analogías entre la mampostería y el arroz mamposteado, hablan de las dinámicas del almuerzo y la cena, de dónde están y quiénes son los que ofrecen los servicios de alimentación, o de qué comidas les gustan y cómo las preparan. Una suerte de orgullo culinario.
Pero con lo que más les aflora el orgullo es hablando del Carnaval de Vejigantes de La Playa.
Esta expresión artística y cultural tan suya es, en muchos casos, lo que los mantiene en pie. “Esa sensación de que esto no lo podemos dejar caer, de que esto es bien de nosotros y no nos los van a quitar”, replicó Zuleira.
Hablan emocionados de los vejigantes y sus máscaras, de las caretas, de los atuendos y de lo que todo eso significa, “que literalmente es resistencia”.
Uno de los relatos que conmovió a Martorell fue el de Baracoa, apodo de un extransportista que laboró en el espacio del taller cuando aún no era lo que es, incluso antes de que fuera taller de ebanistería, cuando el edificio era simplemente un almacén.
Baracoa traía la carga en camiones, la “levantaba” como él le llama, y la guardaba ahí.
“Él es un súper adulto, como yo. Ha vivido en La Playa toda su vida y se encuentra en los últimos años de su existencia. Sus hijos están todos fuera del país y lo visitan en ocasiones cada vez más escasas”, relata Toño.
“Él es consciente que, aunque aún está muy ágil y vital, llegará el momento en que no lo esté, y entonces, en ese momento, va a ir a morirse allá, al norte. Tiene como tres estados de la unión americana que le pueden servir de cementerio acompañado, porque no quiere morirse solo. Él no lo dice, pero yo lo sé”.
En otras tertulias están los que se van para morir, pero también los que emigran para vivir.
Uno de ellos es el barbero de La Playa, “un cubano simpatiquísimo que lleva 35 años aquí, y que cada dos minutos te dice lo agradecido que está de cómo lo han recibido. En ningún otro lugar él estaría tan bien”, asevera el maestro, como si hablara de sí mismo.
Tras cada entrevista, Martorell hizo un retrato del personaje que dio su testimonio para luego regalárselo a modo de intercambio. Lo hizo, también, para darse el gusto. Para “aprovechar que tenía un modelo ahí, y a mí me gusta hacer retratos”.
Tan buena fue la experiencia que se decidió dedicar un capítulo completo de la serie a los entrevistados y a la creación de estas obras. “Ya todos tienen consigo la suya enmarcada”, añadió.
Como Toño por su casa
La serie además ratifica que el barrio La Playa es donde Toño está a gusto.
Pese a ser hijo putativo de ahí, él se siente oriundo. Nacido y criado. “Yo soy playero. Donde mejor me siento es aquí, y si eso no es una prueba de ciudadanía, ¿qué lo es?”.
La Playa tiene algo que lo cautivó, que lo atrapó en el espacio tiempo y le hizo quedarse, como en un viaje cuántico sin retorno hacia su infancia en el Santurce de los años 40 y 50. “En esa época Santurce era muy como La Playa, tenía el mismo espíritu de pueblo pequeño, costero, jacarandoso, amistoso, donde todo el mundo se conoce”.
De hecho, por las calles del barrio todo el mundo lo saluda. Se mueve a sus anchas, como “Toño por su casa”.
Mas el factor humano parece ser lo principal para él. “El mayor recurso que tiene La Playa, como la isla entera, es su población, que está diezmada por la migración y la baja natalidad. ¡Sin población no hay nada!”, enfatiza.
“Nos están quitando la tierra, la gente, el mar. Lo único que falta es que, como en Cien años de soledad o en El otoño del patriarca, ahora no recuerdo bien cuál, vengan y se lleven el mar, nos roben el mar”.
A sus 83 años está muy activo, y muy vivo, como Baracoa, y consciente también de que no es eterno. “No tengo ninguna ambición en la vida, salvo seguir haciendo. Lo único que quisiera tener es un banco de tiempo, que es de lo que estoy cada vez más escaso. Por eso trabajo como un desesperado, porque sé que el tiempo tiene un límite, y mi deseo no”, insistió con impulsiva risa.
El primer capítulo de la serie documental está a las puertas del horno, listo para su estreno, que se espera sea entre enero y marzo de 2023, mientras continúa la producción de los restantes.
“Espero sea un espejo recreador y provocador a un crecimiento positivo, a una revalorización nuestra. Que no nos veamos como una sociedad dejada de la mano de Dios en proceso de ruina permanente, esperando que baje el maná del cielo, o del norte que es lo mismo, sino capaces de crear confianza en nuestros talentos y trabajo”.
¡Excelente artículo sobre nuestro gran artista Antonio Martorell que tanto nos inspira, gracias!
Leer estas palabras sobre el proyecto del maestro Martorell, es una verdadera inspiración del Maestro Martorell sobre esa obra basada en La historia de la Playa de Ponce , su gente y sus anécdotas, sus obras de Arte, Martorell es un caudal de vivencias, sabiduría, amor al Arte, la Playa de Ponce, quedarán plasmadas sus obras en cada cuadro, libros, las tertulias y reuniones que se celebraron en EL Taller del Maestro Antonio Martorell 👏👏👏👏👏👏👏
Excelente relato. La descripción del Taller invita a visitarlo. Tarea pendiente…Toño es un magnífico…sigue urgando en nuestra tierra y nuestra gente para pintar la Patria, su obra constante y sonante.
El señor Martorell fue amigo de mi papá William Rodriguez mi papá siempre lo recordaba, pintaron juntos varías veces tremenda persona mi madre Sonia Rodriguez y mi papá decían.
Este artículo denota una gesta de creatividad cultural de parte del Maestro Martorell y sus Amigos del Taller de La Playa que discurre a la par con un periodismo de gran altura. ¡Felicidades!
Aún quedan playeros vivos, como Athos Rafael Castro Cros criado en la playa de ponce en los meros. Donde también se hacían las chalanas, los veleros. No podía faltar una actividad marina en la playa de ponce.