Primero de tres reportajes especiales
Décadas atrás, los ponceños Oscar Misla Villalba y Noris Torres Santiago compartían un persistente anhelo: uno que los acompañaba mientras completaban estudios posgraduados y sobrevivían en los Estados Unidos, con un apretado presupuesto y espaguetis enlatados en la alacena.
Ambos querían crear una empresa. Una que auxiliara a industria de la salud en el manejo efectivo de sus recursos y, en especial, que dotara a la gerencia de los hospitales con las herramientas para maximizar la costosa y cambiante tecnología requerida para estar a la vanguardia en servicios médicos.
Sin dinero para hacerlo, pero con el aprendizaje necesario y entusiasmo ilimitado, tenían claro que juntos lo lograrían. Y que aquella idea echaría raíces en su natal Puerto Rico.
Así nació CIRACET (Caribbean Institute for de Research and Advancement of Clinical Engineering and Technology), una empresa que a 25 años de su primer paso en una habitación estudiantil de Blacksburg, Virginia, ya tiene presencia en Puerto Rico, el este de los Estados Unidos y Chile, junto a un ejército especializado de profesionales.
Génesis
Justo antes de su nacimiento, Noris y Oscar estudiaban sus respectivas maestrías en Ingeniería Clínica e Industrial en prestigiosas instituciones universitarias de los Estados Unidos, además de hacer su internado y correr el Departamento de Ingeniería Clínica del Yale New Haven Hospital, entre otras experiencias de envergadura.
Sin embargo, a pesar de todas las posibilidades de crecimiento que se apostaban ante ambos, su meta siempre fue regresar a la isla que los vio crecer, para a través de la consultoría y servicio directo a la industria hospitalaria poner en práctica lo aprendido y auxiliar a la ciudadanía puertorriqueña.
“Ya casados, Noris estaba haciendo su maestría en Virginia Tech, mientras yo hacía una maestría que se le llamaba Clinical Engineering Resident and Internship Program de la Universidad de Connecticut, pero iba a coger clases por la noche y, por el día, trabajaba en el Departamento de Ingeniería Clínica del Yale New Haven Hospital”, recordó el ingeniero biomédico de 51 años.
En la Clínica de Yale, el principal rol del Departamento de Ingeniería era gerenciar la vida útil del equipo médico, además de “evaluar qué necesidades tenía la institución para ver qué tecnología era la correcta para adquirir, para atender una necesidad particular de los médicos, del servicio que quería ofrecer la institución”, continuó Oscar.
El reto, mayúsculo por sí solo, implicaba gerenciar “cerca de 21 mil equipos” de toda índole, desde dispositivos hasta unidades para electrocardiogramas y rayos x, con un presupuesto (anual) aproximado de $20 millones.
“Eso era lo que respiraba, mientras por las noches estudiaba. En la maestría en Ingeniería Clínica, por la noche íbamos al cuerpo humano, a hablar con los doctores, de fisiología y anatomía, de laboratorios, que era bien importante, porque te sacaba del mundo de la ingeniería y te sumergías con los médicos. Eso era lo fascinante del programa”, sostuvo.
Entretanto, “Noris y yo nos casamos en verano del ‘97 y, empezó esta cosquillita de querer formar nuestra propia compañía”.
“Noris era ingeniera en Human Factors, que está dentro de la ingeniería industrial. Se enfoca los procesos y la calidad del servicio en los humanos, en vez de forzar los humanos a adaptarse a los procesos y a los sistemas, sino que los procesos y los sistemas les sirvan a las capacidades que tiene un ser humano”, explicó.
“Ella se concentró en qué cosas hay que hacer para maximizar las capacidades y el rendimiento de ese humano, que es el activo mayor y, decidió hacerlo en el manejo de pacientes. Era lo que yo veía en el hospital. Ambos teníamos intereses similares. Yo la convencí de que hiciera su tesis en un hospital en Connecticut. Ahí ella se muda (temporalmente) a Connecticut y hace su tesis en el hospital de Yale”, relató.
Antes de terminar su maestría, Oscar recibió una oferta de empleo en el mismo lugar donde hacía el internado. No obstante, tras escuchar por primera vez a alguien realmente interesado en reclutar su talento, a su mente retornó el eco de los consejos de su padre, Ramón Misla Cordero, quien también era empresario.
“Mi papá me decía: ‘Puedes tener tu propia empresa o puedes ser empresario dentro de una empresa’. No es que sean corporaciones distintas. Puedes tener la mentalidad empresarial dentro de una empresa. Pero papi decía: ‘Si yo algún día me alquilo, no lo hago por menos de $80 mil”, mencionó Oscar.
“Mi jefe me dijo que, el hospital tiene un presupuesto de $50 mil, pero Connecticut es el estado más caro de la nación. Así que $50 mil no daban para nada allí. Me toca el viaje para Virginia ese fin de semana y, le conté a Noris. Nos sentamos en la computadora a ver qué era lo que íbamos a hacer y a buscar nombres para una empresa, porque no íbamos a trabajar para nadie”, acotó.
Entonces, era el otoño de 1997.
“El nombre sale porque queríamos regresar a Puerto Rico. En eso estábamos claros”, resaltó Oscar. “Incluso, el que me convenció a hacer mi segunda maestría (su jefe) nos decía que ‘Yo quiero que ustedes estudien aquí y aprendan, pero que cada uno regrese a su país. Vayan e impacten sus países con ingeniería biomédica’. En aquel momento, había estudiantes de todo el mundo”, recordó.
Con eso en mente, Oscar ya sabía que la empresa de ambos debía identificarse con el término “Caribbean”, una palabra que le atrajo desde que el amigo de su padre y director de Medicina Nuclear del Hospital Damas, el doctor Julio Morales, cofundó el Caribbean Imaging and Radiation Treatment, mejor conocido por CIRT.
“El tópico de Caribbean se me quedó pegado”, reiteró Oscar. “Es medio regionalista. La idea de que tuviera Caribbean era para ratificar que íbamos a volver”, insistió.
Pero otro aspecto que debía estar claro a la hora de gestar su empresa “era que íbamos a hacer ingeniería clínica, pero íbamos a hacer algo más”.
“De ahí salió la palabra Advancement, por mis frustraciones en el hospital, donde no podíamos hacer otras cosas, e investigando nos encontramos que existe The Association for the Advancement of Medical Instrumentation. Así que ya teníamos Caribbean, Clinical Engineering y Advancement”, puntualizó.
“También teníamos claro que, como ingeniero, además de estar en la trinchera, si queríamos estar front stage y poder usar algún día mi corbata y mi chaqueta, teníamos que hacer research. De ahí mezclamos todas esas palabras y es que sale Caribbean Institute for de Research and Advancement of Clinical Engineering and Technology”, hoy CIRACET.
Aquel fin de semana en Virginia además sirvió para que Noris, desde la única computadora que poseían ambos, desarrollara el logo de su naciente empresa. Al terminarlo, se lo envió a Oscar vía fax, ya que había retornado a la Clínica de Yale en Connecticut, donde debía responder si aceptaba la oferta para trabajar en la institución.
“Llegué al Departamento, salió mi jefe y me enseñó un papel que llegó por fax, enviado por Noris y decía CIRACET, un logo bien grande. Ya él la conocía, porque vino a nuestra boda. Miré el logo y me emocionó tanto que fui donde él y le dije: ‘Este es el nombre de la compañía que vamos a formar’. Me dijo: ‘Qué bonito, pero yo no te pago para que estés haciendo cosas de tu compañía durante horas laborables”, le respondió.
“Me dio vergüenza. Era mi amigo, tenemos tremenda relación, pero me regañó. Le dije: ‘Yo acepto el trabajo, pero como nuestra propia empresa. Y él agarró el papel y se fue. Al otro día, viró y me dijo: ‘Te vamos a dar el trabajo como tu compañía. Sométeme una propuesta”.
De inmediato, la noticia trajo alivio y esperanzas, ya que Noris y Oscar no eran ajenos a las vicisitudes económicas que viven los universitarios, máxime, alejados de su tierra.
“Oye, yo cenaba Corn Flakes y Chef Boyardee”, confesó Oscar, mientras Noris le observaba con orgullo.
Aceptada la proposición, el matrimonio procedió a formular una propuesta en la “que la facturación no llegaba a $2 mil mensuales”.
“Se la llevé a quienes serian mis jefes en ese proyecto”, continuó Oscar, “y me dijeron ‘Si yo presento esta propuesta, la van a denegar, porque el número es muy bajo’. Así que la tacharon y escribieron un número como 30 veces más grande del que yo puse”, expresó.
“Mi mundo se volvió loco. Nosotros comprábamos en el Salvation Army de Virginia Tech. Mi mundo se ‘flipió’. Ellos tuvieron la decencia de hacer eso porque, igual, podían haberse aprovechado”, argumentó al señalar que la propuesta aceptada arrancaría en mayo de 1998, una vez se graduara.
Así las cosas, Misla Villalba regresó a Puerto Rico sonriente y eufórico, e inmediatamente su padre le asignó a una persona para que lo acompañara a incorporar la empresa CIRACET en el Departamento de Estado.
Ocurrió el 8 de enero de 1998.
Su primer cliente fue Yale New Haven Hospital y el primer cheque llegó en mayo de ese año, por la cifra de casi $7,000.
“Algo bien importante es que el hospital nos pidió que nos incorporáramos en el estado de Connecticut. Nosotros, en el mismo mes de enero, fuimos a Hartford y nos incorporamos como compañía foránea, no como una compañía local. Era esa compañía la que recibía los pagos y nosotros después, teníamos que reportar una planilla federal acá”, expuso.
“Noris se volvió experta en planillas federales, porque no sabíamos nada. Le hemos sacado provecho a eso, pero se volvió tan difícil mantener esa estructura que, cuando aprendimos un poquito más, cerramos esa y seguimos con lo de acá”, añadió.
Pero esa no fue su única oportunidad empresarial. La relación con Yale New Haven Hospital le abrió puertas con la Escuela de Medicina de Yale, que se convirtió en su segundo cliente.
“Empezamos a crecer, con una facturación de casi $10 mil mensuales. Contratamos a todos los estudiantes que había en el estado de Connecticut, que estaban estudiando con nosotros. De momento, nos cedieron una oficina y teníamos entre cuatro a cinco estudiantes como nosotros, o acabados de graduar; subcontratados”, apuntó.
Sin embargo, la decisión de regresar a Puerto Rico no estaba en juego.
“Teníamos suficientes alumnos que se habían graduado y, que podían seguir llevando el proyecto con nosotros. Designé a una persona líder y le dije que iba a viajar cada dos semanas. Tan pronto Noris anunció que regresaba, consiguió un trabajo en INTEL en Las Piedras. Y yo estaba yendo y viniendo. Sus papás nos albergaron por unos meses en Ponce y así estuvimos en lo que hacíamos la transición”, mencionó.
Otra de las oportunidades imprevistas, recordó Oscar, ocurrió cuando su otrora jefe se retiró del cargo y le pidieron que tomara las riendas de la operación del Departamento de Ingeniería Clínica del Hospital de Yale, en calidad de recurso externo.
“Conseguimos ese tercer contrato, correr el Departamento de Ingeniería Clínica de Yale New Haven Hospital y administrar un presupuesto de $20 millones. Ese fue nuestro primer trabajo de verdad. De momento teníamos 17 empleados que habían sido mis compañeros internos o jefes. El detalle era que ya mi barco ya había partido hacia Puerto Rico”, destacó.
Pero ¿por qué no quedarse en los Estados Unidos?
“Era más dinero en la meca de la salud de Estados Unidos. Nos montábamos en tren para ir al John Hopkins a discutir proyectos con ellos, íbamos a Massachusetts General Hospital en Boston. Estábamos en el corredor de la ciencia desde el punto de vista de conocimiento y exposición, estábamos donde ocurría la acción en la salud en el área de tecnología y pasa esto”, confesó.
“Cuando me llega esta oferta, ya habíamos puesto pie en Puerto Rico y estábamos empezando a manejar el tópico con tres contratos, llegaba buen dinero. Pero un día, Noris llegó allá en Acción de Gracias con la noticia de que Oscar Alejando, nuestro primer hijo, venía por ahí… y eso, para mí, fue la decisión final, porque decía que mi hijo nacería en Puerto Rico”, sostuvo.
Primer paso en la isla
Decididos al salto, Noris recordó que el primer contrato en Puerto Rico fue con el Hospital Damas de Ponce. “Era difícil, pero lo único que podía decir era que teníamos contrato en Yale, y eso nos abrió puertas”, manifestó.
Más adelante, consiguieron una reunión con el director del Hospital San Jorge, Domingo Cruz. Luego con el director ejecutivo del Hospital Pavía en Santurce, Alfredo Volkers. En ambos casos, la inquietud de los administradores de las instituciones de salud era la reparación de equipos médicos.
“Un día, estando en Estados Unidos, me llamaron para decirme de una cita en Isabela. Me ofrecieron el trabajo como ingeniero de la corporación Pavía, mientras ya tengo CIRACET. Les dije gracias, pero que yo tenía mi compañía. Si es con mi compañía, sí. Y ahí confirmé que en Puerto Rico hay oportunidad. Le pusimos fecha de terminación al contrato de Yale a principios de enero de 2001”, dijo Oscar.
No obstante, con el juicio que otorgan los años y las canas, ambos reconocen que “debimos haber dejado la operación prendida allá, porque teníamos hasta el idioma aceita’o”, como comentó Oscar.
“Conocíamos a los doctores, los investigadores en los pasillos, pero la pasión de regresar a Puerto Rico, de que el nene naciera acá, de nuestra primera casita en Puerto Rico, pesó más”, agregó.
Poco después, Noris decidió dejar su empleo en Las Piedras y con su resumé envidiable optó por comenzar a dar clases en el Colegio de Mayagüez.
“Ese era el ingreso familiar. Por otro lado, nos quedaban unos meses por cobrar del contrato con Yale”, explicó Oscar, así que para posicionarse en el mercado local y comenzar a masificar sus servicios en Puerto Rico, recurrieron a una estrategia novel que, aún al presente, les rinde frutos.
Noris y Oscar idearon un congreso en el Hotel Marriot de San Juan para capacitar a profesionales de la salud en la isla sobre cómo la Comisión Conjunta acredita a los hospitales en los Estados Unidos y sus territorios, incluyendo a Puerto Rico.
El esfuerzo rindió frutos, ya que de aquella exitosa asamblea salió el primer cliente recurrente de la transición a Puerto Rico, el Hospital de la Concepción en San Germán, donde comenzaron con un proyecto de consultoría.
“Eso fue en el 2000 y todavía es nuestro cliente. Nuestro primer contrato recurrente en Puerto Rico fue de $28 mil con el Hospital de la Concepción. Ese comienzo estable de la compañía nos lo da el ingeniero Edgar Crespo y el licenciado Jaime Maestre, que era el director ejecutivo en ese momento. Lo avala el director de finanzas, Gustavo Almodóvar”, destacó.
“Al tiempo, Edgar me dice ‘Ven conmigo a otras áreas’. Estaban contentos con las áreas que estábamos impactando. Me lleva a sala de operaciones y me enseña otros problemas que están teniendo. Saliendo de la sala, me piden que presente una propuesta para todo el hospital, porque ya habíamos resuelto los problemas que ellos tenían con los equipos médicos. Es nuestro cliente más antiguo con 21 años”, asintió.
De acuerdo con Noris, el éxito logrado en el hospital sangermeño se corrió por todo el país, especialmente, en el área suroeste. Así llegaron contratos con los hospitales Dr. Pila en Ponce, Dr. Susoni en Arecibo, Buen Samaritano en Aguadilla y San Lucas, también en Ponce.
Este importante paso, empero, “nos causó un problema”, puntualizó Oscar.
“Nos empezaron a conocer como la compañía de mantenimiento preventivo y reparaciones de equipo médico… y eso no era para lo que nosotros vinimos”, relató.
“Los primeros cinco años nos convertimos en la compañía, fuera del área metropolitana, que estaba haciendo todos los servicios de equipo médico y eso fue un palo, pero esa no era nuestra ruta, no eran los proyectos que nosotros ambicionábamos. Esa es la trinchera, pero tenía un límite de crecimiento cuando resolvieras los problemas de equipo médico y su disponibilidad”, explicó.
El destino, sin embargo, tenía otro plan.
Fue un contrato con el Departamento de Salud, al inicio del nuevo milenio, el que finalmente demostró a este binomio que todo lo aprendido, todas las expectativas, al fin se cumplirían.
Se trataba de una propuesta que CIRACET ganó para levantar el expediente médico electrónico de toda la agencia, entonces encabezada por el doctor Johnny Rullán.
“Ese proyecto fue un éxito, se adjudicaron los fondos para un proyecto todavía más grande, la automatización del Hospital Regional de Bayamón, 28 CDT’s a través de todo Puerto Rico, expedientes médicos electrónicos desde radiología y, eventualmente se unió el proyecto de la tarjeta inteligente de ASES”, relató.
Desde entonces, CIRACET cobró presencia en casi todos los hospitales de Puerto Rico e inició su expansión a los Estados Unidos y Chile, con una asombrosa nómina que alcanza el centenar de empleados. También, ostentaron contratos de consultoría en Panamá.
“Más del 50 por ciento de nuestros empleados son mujeres. Tenemos cerca de 10 ingenieros, enfermeras, profesionales de facturación, de farmacia, laboratorio, radiología, todas las áreas de informática y médicos consultores. Tenemos una junta asesora hace 10 años. El doctor Rullán fue presidente en sus últimos años de vida, él habla de nosotros en su primer libro”, afirmaron.
Mas al reflexionar sobre el camino recorrido, Noris y Oscar aseguran que “estamos en el comienzo de los 25 años. Esto es CIRACET, pero también es nuestro plan estratégico de cómo crecer”.
Próximo “CIRACET: ganador transformando crisis en crecimiento”
El periodista Omar Alfonso colaboró en la realización de este reportaje.
Son tantas las oportunidades, como profesionales y con los clientes que no terminarían las historias de éxito. Somos los primeros consultores a inicios de la pandemia COVID-19 de llevar una implementación de récord médico eléctrico con la metodología virtual en el Hospital Oncologico SJ.