La carrera de Sergio Hernández ha dado un giro radical: se encuentra a miles de kilómetros de su natal Argentina, en la búsqueda de saciar a una feroz afición que se le ha acabado la paciencia con sus Leones.
Han pasado casi ocho años desde aquella noche de verano de 2015, exactamente el jueves 23 de julio, en la que Ponce derrotó a Arecibo para reinar en el Baloncesto Superior Nacional (BSN).
Desde entonces ha sido tiempo de quejas, lamentos y frustraciones. Es por ello que la franquicia señorial ha recurrido a la figura de Hernández, un conocido del básquet internacional que origina un enorme respeto en todas partes.
Acorde a su estatus y profesionalismo, la encomienda es precisa: traer el campeonato.
“Es normal que la expectativa sea tremendamente alta. Los que somos contratados, estamos para hacer cosas difíciles, no fáciles. Lo entiendo y lo acepto”, describió. “Yo no me voy a ocho mil kilómetros de mi casa a jugar a perder”, sentenció.
El carisma y la estrategia le favorecen. De 59 años, Hernández ha sido un profesional que saltó a la esfera mundial por la medalla de bronce que se colgó al cuello en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, al mando de la selección de Argentina. Más de una década después, en el Mundial FIBA 2019, el entrenador la llevó al juego de campeonato ante España.
Acompañado por la credibilidad que engendran los resultados, que también incluye las seis veces que ha sido campeón de la Liga Nacional, Sergio es fichado por la gerencia ponceña, haciendo relevo en la dirección técnica a Will Caanen, tras cinco años en la jefatura.
Se estaban buscando nuevas sensaciones, diferentes resultados. El quinteto ponceño llegó a semifinales el pasado año, cayendo en cuatro partidos seguidos ante Bayamón, y no avanza a una final nacional desde la temporada de 2019, en la que fue vencido por Aguada.
“Sé, desde el principio, que Ponce es uno de los lugares que más siente el básquetbol. Tiene una fanaticada, digamos, muy exigente, más demandante, por decirlo de alguna manera. Muchos lo ven como un problema por la presión, pero yo prefiero eso a jugar con cancha vacía o ante una afición que le dé lo mismo ganar o perder”, declaró.
No se engaña ni menosprecia la responsabilidad. Sabe que hay urgencia por ganarlo todo y que la inquietud colectiva es desesperante. Pero lo entiende perfectamente: allá donde creció también hay locura extrema por el básquet.
“No es algo que preocupe, siempre y cuando sea una presión coherente. Yo soy un hombre de básquetbol y nací en una ciudad que el básquetbol es cultura, como es Bahía Blanca. Es como una religión acá. Entiendo lo que es la pasión”, continuó.
Sergio desborda seguridad. Los retos no le amilanan. Nada fácil debió ser asumir las riendas de la tropa albiceleste luego de un subcampeonato en el Mundial de Indianápolis 2002 y haberse coronado en los Juegos Olímpicos de Atenas 2004. Porque un oro olímpico no se mejora.
Extender, pues, ese legado era responsabilidad suprema: “Uno de los retos más grandes de mi carrera”, admitió. Y pudo hacerlo en las dos etapas distintas en las que comandó a la llamada generación dorada de su país, entiéndase Emanuel Ginóbili, Pepe Sánchez, Fabricio Oberto, Luis Scola, Andrés Nocioni, Rubén Wolkowyski y Carlos Delfino, entre otros.
Confiesa que le resultó duro hacerse cargo del team nacional en esas circunstancias. Especialmente porque la salida del técnico Rubén Magnano fue por cuestiones reglamentarias internas, que exigían exclusividad a quien estuviera a cargo de la selección: “Se cambió el entrenador en el mejor momento de la historia de la selección”.
Curiosamente, ese paso, en aquellas circunstancias, ha de reflejar que no teme a los retos de su profesión: “Los primeros dos años fueron duros. Si bien teníamos buenos resultados, igualmente siempre había una mirada muy crítica. Hubo que soportar una presión, te diría, exagerada, pero el tiempo pone todo en su lugar”, puntualizó.
“No fue hasta que fuimos al Mundial de Japón (2006) y llegamos a semifinales, y luego con un equipo desmembrado, sin Ginóbili, Nocioni, Pepe Sánchez, Oberto, jugamos la final con Estados Unidos y clasificamos a Beijing en el Pre-Olímpico de Las Vegas, que se acabó el tema y la gente empezó a confiar en mí”, rememoró Hernández, cuyos logros como dirigente en su patria también incluyen un campeonato en los Panamericanos de Lima 2019.
Acá, en Ponce, el desafío que afronta es monumental y sabe que la navaja siempre estará cerca de la yugular. La asignación es compleja: romper con la estructura de poder que han montado Bayamón y Arecibo. Ellos son los que mandan en cancha, sin olvidar que la liga parece más dura con muchos rosters de cuidado.
Lo más urgente, ganar. El deporte profesional, guste o no, se trata de triunfos. Para eso se juega con score. Si no, nadie le echara un ojo en la duela al tablero electrónico. Así funciona el mundo profesional y desde el fan hasta los auspiciadores, todos le apuestan al triunfo para apoyarte.
“Usaremos la locura, pasión e ilusión por el equipo como energía. Y algunos días también la sufriremos, eso es parte del juego. A veces es difícil sobrellevar tanta demanda, pero para eso estamos”, confesó.
En apenas un mes, entre prácticas, estrategias y juegos preparatorios, la ciudad ha dejado varias imágenes en Sergio Hernández, al darse la libertad de pisar sus calles y mirarlo por dentro. Ha sido una tarea didáctica; ponerse en contacto con el pueblo y tomar sus palpitaciones, para así poder descifrarlo.
Y lo que apareció ante sus ojos, lo ha escrito en sus páginas en las redes sociales: “Veo una ciudad que ha sido castigada por todas las alternativas climáticas que uno pueda imaginar: terremotos, huracanes, de todo… Daños enormes que han destruido la ciudad, su estilo colonial… Y, sin embargo, en cada rincón, en cada pared, uno puede descubrir la frase ‘Ponce resiste’, como símbolo de lucha”.
“…Por eso no me sorprende tanto cuando se habla de que la afición de nuestro club es la más ‘caliente’ de todo Puerto Rico: el sentido de pertenencia es absoluto. Si tanta gente resistió y lo sigue haciendo, ante cada imponderable climático, ante cada revés del destino, ¿cómo nosotros no vamos a dejar el corazón al momento de representarlos deportivamente? Ha llegado el momento de la verdad. Comienza la temporada y estamos ilusionados, motivados, sedientos de competir”.
Es la mejor manera de entender al lugar que representará a partir de esta noche, en la que se estrena oficialmente en cancha, al recibir a los Capitanes de Arecibo en la Casa de Pachín.
Que comience el juego, pues.