Nelson Colón es el referente del coaching en la historia reciente del básquet puertorriqueño, donde se ha asentado como el técnico más exitoso.
Al entrenador ponceño ningún escenario se le ha quedado pequeño desde que, en el verano del 2009, se sentó en el asiento de conductor con los Atléticos de San Germán.
Desde entonces, Colón ha acumulado 269 victorias en su carrera con los Atléticos, Ponce y Bayamón en el Baloncesto Superior Nacional (BSN), superando la cifra de 20 triunfos en siete ocasiones. De paso, sus equipos han terminado al tope del standing en un total de cuatro campañas. Su expediente incluye cuatro campeonatos, dos subcampeonatos y cuatro semifinales en 14 años de carrera.
En los dos últimos torneos, incluso, su propuesta se ha abierto paso como una aplanadora: ha ganado 68 de los 88 partidos que ha coacheado, para un alucinante 77 porciento.
Los dos títulos que ha sumado con los Vaqueros de Bayamón en 2020 y 2022, más los que previamente consiguió en los Leones de Ponce (2014, 2015), le han dado méritos suficientes para estar en el registro de los grandes del coaching, junto a leyendas tan lejanas de las décadas del 1940 y 1950 como Armando Torres, padre; Víctor Mario Pérez y Red Holzman, y figuras más cercanas en el tiempo, como Julio Toro y Flor Meléndez. De hecho, solo lo supera la docena de coronas obtenidas por Toro.
Nelson ha conseguido que cada uno de sus jugadores haga lo suyo, lo que más gusta, sin olvidar que hay mucho más que hacer. Los ha convertido en cómplices de sus estrategias. Lo que se vio en playoffs del pasado torneo fue algo aterrador para la oposición: Bayamón siempre hizo creer que tenía más de cinco jugadores en defensa. No había espacios para colarse, ni tiempo para disparar cómodamente.
De ese molde, Colón es el alfarero. Un lujo para cualquier organización. Es sobre él que están ancladas las manecillas de ese reloj, que corre con la precisión de uno suizo. Esa pericia del coach Nelson jamás ha de pasarse por alto: hace jugar a su team como si se le fuera la vida en cada posesión.
“Es que yo necesito coger las cosas personales, para motivarme a mí mismo”, dice.
Casi un mes después de clasificar la Selección Nacional para la Copa Mundial de la FIBA 2023, esta noche en su cancha Nelson comienza la defensa del título del BSN en la inauguración de la temporada del Baloncesto Superior Nacional ante San Germán.
Estando en lo más alto del pedestal, el ponceño de la urbanización Los Caobos se pasea con seguridad serena sobre el tema que tanto le apasiona: el básquetbol.
A continuación, repasamos algo de su recorrido, enseñanzas y teorías: desde lo que tiene escrito en el papelito que saca de su bolsillo en momentos específicos del juego y las dificultades que acarrea dirigir en la era de las redes sociales, hasta las presiones del juego que lo llevaron incluso a “la pérdida de cabello por estrés”.

¿Cuándo el basquetbol te da el flechazo?
Colón: “Vivía en una ciudad de basquetbol. Cuando era chamaquito, digamos de ocho a los 14 años, el equipo de Ponce ya era una potencia. Estábamos en la fiebre del equipo de Ponce y también Michael Jordan empezaba en la NBA y empecé a ver los juegos en casa de mis vecinos con los amigos míos. También comencé a ser fanático de la universidad de Duke, con el coach Krzyzewski. Me gustaba mucho el baloncesto colegial”.
¿Desde qué edad te pensaste como entrenador?
“En algún momento intenté ser jugador y pasé por las categorías menores, siendo parte de equipos ganadores en (categorías) Pre-Novicios, Novicios y Juvenil. Allí, mientras jugaba en el club Ponce Leones en el (parque Charles) H. Terry, también dirigía. Jugaba Novicios a los 15 años y dirigía en Jr. Biddy, cuando jugaba Juvenil dirigía en Novicios. O sea, me mantenía jugando y dirigiendo, jugando y dirigiendo [repite]”.
Pausa: Colón abre un paréntesis para establecer que practicó con los Leones del BSN entre 1996 y 1998. Un combo guard de 6’2” de estatura, intentó hacer el roster ponceño para esa época, nutriéndose de entrenadores tan desemejantes como Julio Toro, Carlos Mario Rivera y Flor Meléndez. Momentos así marcan y, definitivamente, dejan influencias.
“Allí me di cuenta de que quería dirigir, más que jugar”, matiza.

Y te ha tocado una época difícil. ¿Cómo es dirigir en la era de las redes sociales?
“Se ha abierto a opiniones de personas que sin base y fundamento te juzgan en base a lo que ven, pero que no conocen, solo en base a lo que piensan es lo correcto. Todo el mundo sentado en su casa, con dos cervezas, sabe lo que hay que hacer. Esta posición (coach) es bien complicada y no se complace a todo el mundo”.
“Yo empecé a este nivel a los 29 (años) y al principio no sabía quitármelo de encima; si perdía, no compartía con nadie y me lo llevaba para mi casa, lo vivía y lo sufría. Me iba a ver los vídeos, a buscar los errores… Me dio alopecia, pérdida de cabello por estrés, a ese extremo. Pero he aprendido”.
Dirigiste en tu ciudad y ganaste dos campeonatos y un subcampeonato. Sin embargo, la fanaticada parecía insaciable…
“Ponce es bien difícil, bien complicado. La fanaticada es demasiado fuerte y exigente, perfeccionista. La fanaticada de Ponce es by far la más difícil de bregar”.
Vamos a Bayamón: ese equipo es muy estructurado, ordenado y responsable en la cancha, con una intensidad defensiva que raya en hostigamiento. ¿Cómo se logra eso en el baloncesto de América, en el que suele prevalecer el corre y dispara?
“Yo creo que con el tiempo me he convertido en un coach más defensivo. Para ganar campeonatos, trascender y hacer historia hay que jugar defensa. Todo el mundo puede anotar, pero defender requiere esfuerzo, disciplina y práctica. Lo hemos perfeccionado y los calentamientos de Bayamón son driles defensivos, repeticiones y repeticiones… Oye, llega el momento que todo el mundo sabe dónde estar y para dónde va, lo que se llama el muscle memory”.

¿Y lo estructurado, ordenado y responsable en la cancha?
“Hace siete u ocho años empecé a llevar una estadística que en Puerto Rico no se lleva: contabilizar los pases por quarter, por mitades y el total por juego. Comencé a vender este concepto, aunque a veces (jugadores) chocaron con nosotros y te digo que, en dos años, las discusiones eran: yo pasé más que tú. Es una mentalidad colectiva, en la que todo el mundo tiene oportunidad de anotar, pero no se puede ser egoísta. Lo que he buscado es tener más responsabilidad en la ofensiva, inculcar un juego más pausado, de situaciones”.
Imagino que es un sentir bastante general en el básquet que el armador Ángel Rodríguez y el escolta Javier Mojica son claves en tu equipo. ¿Y qué piensa el entrenador Colón?
“Son los dos que llevan este equipo, las cabezas de Bayamón. Ángel es una persona especial, bien exigente y disciplinado. Como jugador es bien vocal y le gusta impactar; él se pone los tenis y la camiseta y es para ganar juegos, series, campeonatos. En el caso de Javier, es un muchacho con un IQ natural, que sabe ejecutar el game plan. Es un líder que se preocupa por todo el mundo y lo que lo hace especial es que no le importa meter 20 o 30 puntos, lo que le importa es ganar y hace el trabajo que sea necesario. Si es defensivo, eso hará; si hay que pasar la bola, lo hace; si hay que anotar, mete la bola… y si está en el banco es un cheerleader. Javier se ha convertido en una extensión de los coaches.
Hemos visto que sueles sacar un papelito del bolsillo en algunas situaciones de juego. ¿Qué tiene Nelson en ese papel?
“Eso lo aprendí temprano en mi carrera, viendo a los entrenadores de la NBA. Ese papelito en realidad es un cartoncito que tiene diferentes situaciones especiales; hay jugadas para cuando necesitamos un triple, cuando necesitamos sacar de abajo del canasto o del lado de la cancha. Las tengo ahí para sacarlas en los timeouts o en los momentos que el juego me dé el break”.
“Es parte de la planificación y preparación para el juego. Obviamente, la mayoría de las jugadas que están ahí yo las tengo en mi mente escondidas en algún sitio y las veo, visualizo y no cometo errores. Lo que quiero es darme esa seguridad de que lo estoy haciendo bien y estoy poniendo a los jugadores en la mejor posición posible para anotar un canasto, ya sea para empatar o ganar un juego. Recuerda, los errores de nosotros, los coaches, cuestan juegos y, desde temprano en mi carrera, me dije que mis errores tenían que ser los menos posibles”.
