Edwin Rodríguez pone las cartas encima de la mesa y con un plantel de desacomplejados que no creen en los pronósticos ni los expertos, proclama que está listo para la rumba beisbolera.
Sin importar que falte algún nombre de la realeza beisbolera en la nómina, el gerente general y dirigente de los Leones de Ponce se ha ido a contracorriente y con una seguridad agigantada pronostica que «vamos a salir a ganar», una misión que exige gran demanda del plantel.
Si se mira el proyectado line-up para el juego inaugural en el Estadio Paquito Montaner el sábado, 5 de noviembre, ante los Indios de Mayagüez, podrían surgir algunas dudas. Entre Luis Curbelo, Wendell Marrero, Luis Román y Ricky De La Torre no alcanzan los 100 turnos en la liga, mientras el campocorto Trei Cruz, por su parte, se estrena jugando en Puerto Rico.
“Son muchachos que estaban esperando este momento. Nunca se les había dado oportunidad aquí y ahora la van a tener. Y tienen el talento para cumplir”, sentencia Rodríguez.
En el papel, Ponce no es un equipo de la élite en la Liga de Béisbol Profesional Roberto Clemente (LBPRC). Hay mucho que probar. Como líder, hay que llegar al jugador. Influenciarlo. Hacerlo creer. Ahí, precisamente, es que entra el “factor Edwin”, quien parece ser la persona idónea para semejante tarea: ha pasado la reválida de guiar con honores a un desfavorecido.
Lo hizo en 2013, con aquel team de Puerto Rico que se coló en la final del Clásico Mundial de Béisbol ante Dominicana, compuesto mayormente por obreros del juego y una que otra estrella, entiéndase Carlos Beltrán y Yadier Molina.
En el 2017 repitió la gesta, demostrando que ha sabido convivir y elevarse ante la presión del juego. En un plazo de 10 años, de paso, el país ha visto cómo Edwin Rodríguez se ha convertido en el mánager más impactante en la historia del béisbol puertorriqueño a nivel mundial.
“(A los jugadores) Hay que darles la confianza y el permiso para que fallen. Que no tengan miedo a fallar, eso los libera de la presión. A través de los años eso me ha funcionado”, explica.
Es curioso, pero de aquel sorprendente equipo de Puerto Rico en el 2013 los Leones tienen hoy en su staff de entrenadores y roster al relevista Fernando Cabrera, Giancarlo Alvarado (coach de lanzadores) y Andy González (coach de banco), además de los asistentes Tony Valentín, Carlos Baerga y Carlos Delgado. Todos ellos se han embarcado en la misión de dotar al grupo con la suficiente autoestima.
Sin temor alguno a la responsabilidad, el mánager se proyecta tranquilo. Bueno, más que tranquilo, parece confiado en lo que ha visto en su plantilla durante el tiempo preparatorio.
“Es un grupo bien talentoso, comoquiera que lo veas; defensivamente, lanzadores con buenos brazos y atletas en el terreno de juego. Estaban deseosos de que alguien, algún equipo, le diera la oportunidad. Es una combinación de talento y hambre de desarrollarse… Es una vibra que hay en el camerino; todos unidos y ayudándose”, testifica.
Rodríguez admite, sin embargo, que las posibilidades de los Leones van de la mano de sus refuerzos, todos claves por ser un equipo sin experiencia suficiente en gran parte de sus regulares.
Es decir, los guardabosques Dairon Blanco y Jimmy Kerrigan, el catcher J.C. Escarra, así como los lanzadores Greg Minier, Alexis Rivero, Nate Tellier y Eddy Reynoso no pueden correr el riesgo de fallar.
“La clave será el pitcheo”, dice el dirigente. “Pero les anticipo que jugadores como Blanco y Kerrigan serán atracciones para los fanáticos de Ponce y de toda la liga”.
Blanco es un guardabosque central de 29 años que bateó .301 y se estafó 45 bases en Triple A, antes de ser ascendido a Grandes Ligas por los Reales de Kansas City. Entretanto, Kerrigan disparó 27 cuadrangulares y empujó 89, promediando .304 con Kane County en Liga Independiente. La dupla ocupará el primer y tercer turno, respectivamente, en la alineación.
Ponce ha entrado a la fiesta del béisbol apostando a que, creyéndolo y queriéndolo, se puede ganar. La doctrina está bien definida: interiorizar hasta los huesos que se puede superar cualquier obstáculo. Es su hora de bailar, pues el resultado aún no se escribe.