A una semana de que el huracán Melissa tocara tierra, la estela de destrucción en las zonas occidentales de Jamaica aún no se calibra del todo.
Aun así, los hallazgos son demoledores. Comunidades como Black River, Belmont y White House lucen desoladas, luego de que el agua de mar alcanzara hasta 16 pies de altura y las ráfagas de 185 millas por hora arrasaran con techos, ventanas y hogares enteros, dejando a muchas familias sin refugio ni alimentos básicos.
Como han constatado medios internacionales, la situación es crítica. Muchos sobrevivientes se enfrentan inevitablemente a la pérdida total de sus pertenencias y a la falta de suministro eléctrico y agua potable.
En Black River, el hospital principal opera en condiciones precarias, con techos dañados, corredores en la oscuridad y escasez de medicamentos, pero el personal médico, muchos de ellos también afectados personalmente por la tormenta, continúa trabajando en la emergencia.
Entretanto, las comunicaciones y carreteras han sido severamente golpeadas. Tal como ocurrió en Puerto Rico tras el azote del huracán María, en muchos lugares no hay señal telefónica ni accesos despejados, manteniendo a miles de habitantes aislados y sin poder solicitar ayuda.
Por ello, autoridades y rescatistas coinciden al advertir que la cifra de víctimas fatales provocadas por el huracán podría aumentar conforme se acceda a áreas más remotas. Hasta este lunes, la tragedia había cobrado al menos 32 vidas en Jamaica y comenzaban a reportarse cuerpos sin recoger en casas afectadas, lo que evidencia la magnitud del impacto.
En el renglón económico, se estima que las pérdidas aseguradas ya superan los $4 mil millones de dólares y que los daños totales -propiedad pública y privada- podrían alcanzar decenas de miles de millones.
No obstante, a pesar del impacto, el espíritu de resiliencia es palpable: la población jamaicana afronta esta crisis con solidaridad y determinación, apoyados por un sentido de comunidad fuerte y expectativas en la respuesta internacional.
Por ejemplo, vecinos han asumido el papel de primeros respondedores, limpiando árboles caídos, restaurando cables eléctricos de forma rudimentaria y reparando techos mientras la ayuda llega.
Asimismo, en la capital Kingston y el este del país, las actividades económicas y la vida civil sigue en marcha dentro de lo posible, con esfuerzos organizados para enviar suministros y voluntarios hacia las regiones más dañadas del oeste.
Desde allí se ha movilizado ayuda humanitaria nacional e internacional, aunque las necesidades básicas como combustibles, alimentos y agua siguen siendo prioritarias para miles de habitantes.
Entretanto, organizaciones como Operation Bless y Samaritan’s Purse han instalado cocinas comunitarias y puntos de distribución de agua, señalando que la ayuda tendrá que mantenerse durante meses.
Asimismo, los aeropuertos internacionales ya operan, pero muchos hoteles y atracciones aún evalúan daños.














































