Era jueves y el sol ya se despedía.
Casi todos celebraban la proximidad de otro fin de semana. Todos excepto una decena de personas en Adjuntas. Para ellos, apenas comenzaba una de las más frustrantes faenas de sus vidas.
Allá, entre los ríos Pellejas y Viví, un monte entero ardía. Era el Bosque del Pueblo, el mismo que décadas atrás ecologistas y comunidades enteras habían salvado del fatídico plan para la exploración y explotación minera de Puerto Rico.
La voz de alerta la dieron los hermanos Axel y Arturo Massol Deyá de la organización comunitaria Casa Pueblo. El primero desde la escena del siniestro y el segundo desde su teléfono móvil.
La primera alarma retumbó a las 6:57 de la tarde del 27 de marzo de 2014, con un mensaje en la otrora red social Twitter y las primeras imágenes del monte ardiente. Las fotos se propagaron como pólvora, pero las siguientes fueron demoledoras.
“Fuego arde sin control. Misión imposible detenerlo esta noche”, confesó resignado Arturo en uno de sus últimos reportes, a las 9:14 de la noche.
Para calibrar la magnitud de la devastación, fueron necesarias nueve horas más. Con la aurora del viernes se descubrió un nuevo escenario: las llamas avanzaron sobre 100 cuerdas de suelo fértil y consumieron cientos de ejemplares de helechos gigantes, árboles de yagrumo, laurel y maricao, entre muchos otros.
De igual modo, carbonizaron lo que hasta entonces era refugio para el coquí común, el lagartijo de ojos azules, el pájaro carpintero, el san pedrito y el múcaro de Puerto Rico.
Con este inventario inicial de daños también saltó al relieve la peor de las sospechas. Allí intervino una mano criminal.
A las 7:00 de la mañana se apreciaban tres focos latentes del incendio, rodeados por vegetación verde y en lugares separados. Un examen posterior dio con el hallazgo de fósforos en los espacios calcinados y vecinos incluso atestiguaron haber visto a personas salir del área en vehículos todo terreno antes del siniestro.
Asimismo, se confirmó que la devastación habría sido mayor de no haber llegado bomberos con camiones cisterna y de no haber existido la Vereda Julián Chiví, un surco peatonal que restó combustible y evitó que el fuego alimentado por la brisa avanzara más a su paso desenfrenado por la montaña donde Casa Pueblo estableció el Anfiteatro Natural del Bosque.
Aquel atentado fue prontamente atendido por la Comisión Técnica y Científica de Casa Pueblo, la que junto a profesionales y alumnos de Georgia Tech realizó un estudio sobre los efectos del incendio en la diversidad biológica de la zona y delineó un plan para la recuperación ecológica del bosque.
Este último dio paso a lo que se conoció como la Brigada Nacional de Restauración, un batallón de voluntarios que el 26 de abril de 2014 se movilizó desde todo el país hasta los barrios Vegas Arriba y Abajo de Adjuntas para colaborar en la rehabilitación del recurso natural.
Con picos, palas y machetes sobre sus hombros, medio millar de personas acondicionaron el terreno para sembrar cerca de 800 árboles nativos y frutales sobre varias de las pendientes arrasadas, un ejercicio de solidaridad que contó además con la participación de los mismos bomberos que extinguieron el incendio, además de artistas como Antonio Martorell, el guitarrista Josean López y el cantante José Nogueras.
La siembra y el bosque mismo tuvieron que hacer frente a posteriores episodios de sequía -los que fueron parcialmente paliados con sistemas de riego por goteo- al igual que al embate de fenómenos como los huracanes Irma, María y Fiona.
No obstante, a una década de distancia, el éxito del esfuerzo colectivo por borrar la colosal cicatriz del fuego y sanar el valle arrasado es evidente.
“El bosque volvió a nacer”, subrayó de entrada Alexis Massol González, cofundador de Casa Pueblo. “Se ha rejuvenecido y esto gracias a toda la gente que diez años atrás decidió que este bosque es de ellos. Me lo decían continuamente, ‘Este bosque es mío’, y así el bosque hizo gala de un nombre”.
Ese rejuvenecimiento, constató La Perla del Sur, incluye desde vastas cubiertas de helechos, las que se extienden por lo que eran pendientes desoladas, hasta arboledas de pinos, laurel y roble, un hábitat frecuentado por decenas de especies de aves endémicas y migratorias.
“Aquella tragedia se convirtió en un acto de amor y este bosque se convirtió en un espejo de lo que realmente somos”, agregó Massol González, “en un lugar donde se rescata la dignidad, donde todas las personas que ayudaron a recuperarlo, desde adultos hasta niños, demostraron de qué está hecho Puerto Rico, su gente. Aquí se demostró que sí somos un pueblo trabajador y dispuesto a construir un futuro distinto”.
“Ese día aprendí que este, el Bosque del Pueblo, es el punto de partida para construir una patria alternativa. Porque en esa siembra colectiva levantamos un nuevo altar, el altar de la patria y la matria puertorriqueña, un lugar sagrado, donde demostramos nuestra fuerza y capacidad para amar y colaborar”, filosofó además.
El Bosque del Pueblo se extiende por 760 cuerdas de terreno entre Adjuntas y Utuado, y figura entre otros tres de su tipo, los bosques Guilarte, Río Abajo y Toro Negro.
En su entorno habitan especies secundarias y remanentes de vegetación nativa como el granadillo, la palma de sierra, el yagrumo, la pomarrosa y el guamá, además de anfibios como el coquí común, el melodioso y el churí. También aves como el guaraguao, el bienteveo, el pitirre y la perdiz.
Cuando hay voluntad de hacer. Bravo