Heriberto Rodríguez Irizarry, el activista, el insistente, el casi omnipresente y nunca inconsecuente, permanecía sentado sobre su andador rojinegro, al borde de la plaza y mirando hacia la calle Villa, con un cartel entre sus brazos que extendía, como podía, a sus 87 años de edad.
Lo había comprado en la calle Victoria de Ponce y, como siempre, sin encomendarse, agarró su marcador rojo y sobre él escribió con pulso tembloroso un mensaje que dirigía a la gobernadora.
A pocos pasos, amarrado a la baranda de la rampa de impedidos por la que subió, había montado otra cartulina que más de un transeúnte leyó embelesado, mientras conductores en movimiento reaccionaban con sonrisas o comentarios coloquiales.
En esa, Heriberto había escrito otra exhortación a la mandataria: a “no vender el país a una compañía de gas peligroso”.
“Porque es que llegan al poder y se olvidan de quién los eligió”, despepitó el célebre e incansable vecino de Clausells que a orgullo lleva su humilde origen, al igual que las luchas que le ha tocado vivir desde el 9 de agosto de 1938, cuando nació en el Antiguo Hospital de Distrito, en la calle Victoria de Ponce.
“Somos pobres, pero no tontos ni arrodilla’os”, continuó quien sobre el pecho pareciera llevar pesadas medallas de honor, invisibles, por sus gestas para sacar a la Marina de los Estados Unidos de la isla municipio de Vieques y las convulsas batallas ciudadanas contra el Gasoducto del Sur o la disposición de cenizas toxicas de la carbonera AES en tierras peñolanas.
A pesar de tantos sinsabores, sin embargo, Heriberto no paraba de sonreír. De hecho, es difícil imaginarlo de otra forma.
Con su avasalladora cortesía, aunque más lentos movimientos, prontamente nos invitó a tomar agua de una botella que horas antes le había obsequiado Marlese Sifre Rodríguez, quien lo visitó frente a la Casa Alcaldía y a quien dijo admirar por su “don de gente”.
“Pero que no se dañe, porque igual le montamos la protesta”, sentenció.
Inmediatamente después, a petición de La Perla del Sur, hizo un relato poco conocido. El de su vida. El de una agridulce.
Según narró, trabajó desde que tiene uso de razón. Primero vendiendo periódicos y luego lustrando zapatos. Aunque también recuerda haberse tirado a la Fuente de los Leones cuando era muy chico, para recolectar “las fichas y vellones” que la gente lanzaba y, de paso, “hasta un baño me daba”.
Para aquella década del 1940, “yo era como un perro realengo”, describió cándido, “que corría por todo el pueblo” desde su hogar en la calle Fogos hasta donde las piernas le llevaran. Y aquel tránsito fugaz se repitió en las escuelas Francisco Parra Duperón, la Olimpio Otero y la antigua Armstrong, “porque era muy inquieto y problemático”, admitió.
“Es que no me entendían”, añadió con picardía sobre su pasado escolar.
Luego, como millones de boricuas acorralados por la pobreza, hizo lo que se acostumbraba entonces para salir adelante y reunir a fuerza de sacrificios un modesto capital: viajar a Nueva York. Pero el frío y la impersonalidad de la Gran Urbe nunca encajaron con sus aspiraciones, por lo que regresó a la isla y a su Ponce natal para laborar en un escenario que, sin preverlo, avivaría su rabia por las injusticias.
“Empecé a trabajar en la fábrica de cemento, en la Puerto Rican Cement, hasta que me botaron por estar defendiendo causas ahí, por los empleados”, rememoró.
“Los jefes discriminaban mucho, abusaban de los trabajadores, y yo los cogía y no me callaba”.
Según abundó, aquel despido, “aquella injusticia”, caló tan hondo que cayó en una depresión tan severa y prolongada que “a lo último querían ponerme una camisa de fuerza”.
“Pero me puse a discutir, la siquiatra tenía dos guardaespaldas allí y no me mandaron más nada. Al final, me incapacitaron”, confesó, “y al final, también perdoné a mi jefe. Yo lo perdono, aunque no se portó bien conmigo”.
Vuelco al activismo social
Para salir de aquel hoyo emocional y sanarse a sí mismo, Heriberto optó por lo que pocos hacen en su lugar: ayudar a otros.
Así llegó hasta Vieques… y así poco faltó para terminar bajo un camión.
“Eso fue en Peñuelas, cuando peleábamos contra el gasoducto”, comentó. “Un truck quería cruzar por el área donde teníamos la protesta, el truck venía y quería pasar por encima de mí. Y yo me quedé ahí”.
“Yo decía, pues aquí… se acabó. Pero un guardia lo paró”, recordó.
“En otra, en Ponce, defendiendo los árboles con COAMAR, amenazaron con matarnos, con entrarnos a tiros… pero no pasó ná”, agregó sereno y risueño.
“¿Por qué haces esto, Heriberto? ¿Por qué sigues?”, cuestionó La Perla del Sur. Y sin pensarlo un segundo, respondió.
“Pues, yo hago esto porque desde pequeño he visto tantos abusos, que ya no los soporto”.
“Uno de los imprescindibles”
Precisamente, sobre su tesón y convicciones, el abogado y cofundador del Comité Amigos de los Árboles (COAMAR), Martín González Vázquez, recalcó que Heriberto “es un monumento de vergüenza”.
“Es uno de los imprescindibles e insustituibles”, continuó.
“Además de patriota insobornable, fue y sigue siendo ardiente defensor del medio ambiente y los árboles de esta ciudad. Luchó con tenacidad en la defensa del Bosque El Samán y batalló contra el gasoducto, en cuya lucha llegó hasta acostarse para impedir el paso a un digger, cuando aquella máquina abría camino para que colocaran el tubo de la muerte”.
Entretanto, José Manuel Díaz Pérez, portavoz del Campamento contra las Cenizas de Carbón en Peñuelas, añadió que “Heriberto es ejemplo de constancia en la lucha para que tengamos un mejor país, armado con su humildad y sencillez, pero también con inquebrantable firmeza”.
Aun así, el propio Heriberto reconoce que el tiempo ha comenzado a pasarle factura y que, aunque quiere seguir defendiendo a los suyos, también tiene que cuidar a quien nunca le ha fallado.
“Ahora tengo que atender a mi esposa. Llevamos 64 años juntos, así que posiblemente me retire, me retire un poco de esto, por la salud de mi esposa”, comentó. “Y también tengo que cuidarme, porque me iban a operar de un pulmón y parece que me dio algo después que me paralizó una pierna. Por eso ahora no suelto el andador”.
“Pero, sea como sea, me seguirás viendo”, advirtió. “Contra viento y marea, Heriberto va a seguir hasta que papá Dios quiera”.













































