Nos agarró juntos, el Covid (Mari Mari parece que se inmunizó con kriptonita y a ella no la agarró). No la pasamos mal, pero hubo que confinarse. Y en los largos días mientras esperábamos a que la prueba marcara negativo, Arturo y yo hablamos de la revuelta energética adjunteña y la “gente suelta”.
“Gente suelta” fue un término que encontré en los archivos, en un legajo de esos que usamos los historiadores para develar vidas de siglos anteriores. La carta era de 1612 y en ella el cabildo de San Juan escribía con alarma de “gente suelta” que robaba ingenios y cazaba el ganado de las estancias y hatos de los grandes propietarios.
El “desorden” que causaban -decían los señores del cabildo- era serio, porque se juntaban con “negros vagabundos” y “mulatos horros” para regentear un mercado clandestino en San Juan y apertrechar, al margen de la reglamentada institucionalidad colonial, a los franceses, ingleses y holandeses que comerciaban ilegalmente en todo el arco antillano.
No me está muy claro todavía quién era esa “gente suelta” -posiblemente pequeños aparceros, peones y monteadores itinerantes- pero constituyen un vivo ejemplo de lo que “Chuco” Quintero ha llamado la “cimarronería” boricua, esa forma de retraerse de una institucionalidad opresiva y vivir al margen del Estado.
El politólogo James Scott ha observado este mismo fenómeno en otras partes del mundo, en poblaciones que a través del tiempo han buscado escapar de sistemas coercitivos como la esclavitud, la conscripción militar o la extracción leonina de impuestos estatales.
Este libro está lleno de “gente suelta”, de cimarrones: gente que, ante la incapacidad institucional, la desidia gubernamental y la violencia de un sistema que no funciona, ha decidido organizar la vida en sus propios términos. Pero a diferencia de aquellos ancestros “sueltos” del siglo XVII -cuya respuesta social fue caótica, visceral- en estas páginas hay un esbozo de futuro, un proyecto de país.
A través de la “insurrección solar” y el proyecto de “independencia energética”, Arturo nos propone una hoja de ruta en dos claves: la ambiental, impulsada por la urgencia del cambio climático y la necesidad de atajar la rápida degradación de nuestro entorno natural; y la social, marcada por la exigencia de revertir la marginación a que una elusiva noción de desarrollo económico ha empujado a miles de puertorriqueños a través de las décadas.
En ambos casos, Casa Pueblo y los adjunteños hacen camino de forma concreta: a través de la ruptura con un sistema que no funciona (un sistema eléctrico depredador, centralizado y dependiente de los combustibles fósiles); la construcción (orgánica, iterativa) de un sistema alterno basado en la energía solar descentralizada; y la consagración de principios sociales como rectores del proceso de cambio (la autosuficiencia, la organización comunitaria y la construcción de amplias redes de solidaridad).
Leer este libro es embarcarse en un viaje a la semilla, un retorno a una especie de savia primigenia que ha mantenido a Puerto Rico como sociedad milagrosamente viva, pulsante, a través y a pesar de siglos de embestidas externas y agresiones autoinfligidas.
Creo, sin embargo, que no basta con seguir existiendo, y que debemos aspirar a más: a convertir la respuesta cimarrona -la capacidad de organizar la vida de forma distinta a lo que impone un sistema depredador- en proyectos de cambio a mayor escala.
Es imprescindible que respuestas autóctonas como la Marcha al Sol marquen el ritmo de las políticas públicas y los programas de gobierno; que podamos rescatar las instituciones de los intereses partidistas y rentistas que las han capturado; y que recuperemos la res publica -lo público en el sentido bueno y amplio de la palabra- en todos los ámbitos de nuestra vida colectiva.
No hay duda que Casa Pueblo traza aquí el inicio de una senda. Ya lo hizo antes con la lucha contra la explotación minera, la designación del Bosque del Pueblo como reserva forestal, el impulso a políticas públicas de conservación y la creación del corredor ecológico de la Biosfera de Adjuntas.
Nos corresponde al resto de nosotros apoyar esta gesta y ampliar su escala.
Muy buena reflexión del excente trabajo de Arturo, Alexis y Casa Pueblo
Yo tengo una pregunta: Porque si Casa pueblo se beneficia de un proyecto de energía renovable, limpia, se pueden salir del sistema, generan su propia energía; Porque el resto de PR no se puede beneficiar de esa iniciativa? Yo llené, quise orientarme y me dijeron:»Esto es solo para los residentes de Adjuntas». Y los demás, qué. No tienen derecho?