De la trágica muerte del pelotero puertorriqueño Roberto Clemente se cumplirán mañana 50 años, y en estas décadas ha sido recordado por su legado deportivo, pero también por su solidaridad y compromiso humanitario.
Fue el 31 de diciembre de 1972 cuando el avión en el que viajaba Clemente junto a otras cuatro personas se precipitó al mar, al norte de San Juan, de donde había despegado para llevar ayuda humanitaria a Nicaragua para los damnificados de un terremoto de magnitud 6.2 que causó más de 10,000 muertos.
«Roberto fue un tipo especial. Ayudó mucho a la gente. Hizo tantas cosas que todavía tengo en el pensamiento muchas cosas que la gente no sabe», dijo a EFE su hermano mayor, Justino, sentado en un pequeño museo en honor al pelotero en su residencia en Carolina.
Justino también ayudó a su hermano a recolectar suministros en el estadio Hiram Bithorn en San Juan para los necesitados de Nicaragua, donde el pelotero había participado pocos meses antes en el Mundial de Béisbol como técnico de la selección nacional de Puerto Rico.
Clemente (1934-1972), el primer latinoamericano en conectar 3,000 imparables en las Grandes Ligas, fue declarado a principios de este mes héroe nacional de Nicaragua «por su humanismo y solidaridad».
«Se desvivía por ayudar a la gente. Estaba pendiente de los pobres, de los que tenían poca comida, porque ‘hay que ayudarlos», añadió Justino, quien aseguró que fueron las enseñanzas de sus padres los que motivaron estas cualidades humanas.
Clemente, casado con Vera Zabala y padre de tres varones, murió con tan solo 38 años junto al piloto del avión DC-7 Jerry Hill, el dueño de la nave, Arthur Rivera, el camionero Ángel Lozano y el mecánico Francisco Matías.
Las horas finales
Eran un poco más de las 9:00 de la noche cuando el avión partió del Aeropuerto Internacional Luis Muñoz Marín y cayó minutos más tarde sobre Punta Maldonado/La Pocita de Piñones en Loíza por una combinación de sobrepeso de carga de suministros y por presuntas fallas mecánicas previas.
No fue hasta entrado el 1 de enero de 1973 que la mayoría de los puertorriqueños y los seguidores del béisbol en Estados Unidos y Latinoamérica se enteraron de la muerte de Clemente, incluyendo a Justino y el resto de su familia.
Tras conocer el terrible suceso, Justino se dirigió a la residencia de sus padres, Melchor Clemente y Luisa Walker, en el barrio San Antón de Carolina, para darles la noticia. Su padre «se quedó pensativo», mientras que la reacción de su madre fue mucho más fuerte.
«Se tiró un grito que todavía lo oigo», prosiguió contando el mayor de los cuatro Clemente Walker en la entrevista con EFE, en la que lució un uniforme de los Piratas de Pittsburgh, el equipo de su hermano durante 18 años.
Nunca se recuperó el cuerpo
Un grupo de oficiales y buzos de la Guardia Costera de Estados Unidos se movilizó al lugar donde se estrelló el avión para tratar de recuperar alguno de los cinco cuerpos que viajaban en la nave.
Igualmente, un grupo de pescadores y otros ciudadanos, incluyendo a Justino, se tiraron al mar para ayudar en la búsqueda, pero ningún cuerpo se recuperó, solo piezas del avión, entre ellas, la hélice y el motor.
Vera Zabala, esposa de Clemente, también acudió a la zona con la esperanza de que el legendario deportista fuese rescatado con vida o que, por lo menos, su cuerpo fuera recuperado para sepultarlo.
«Yo siempre hablo poco de la desaparición de él. Yo digo que él no está muerto, sino desaparecido», admitió Justino, también conocido como «Matino», quien aseguró que esta pérdida le afectó «mucho».
«Todavía me afecta, ha sido duro para mí porque siendo él más pequeño, yo trataba de enseñarle (en la pelota). A pesar de ser una estrella, no me decía que no (a mis recomendaciones). Después le salían en el juego, y yo estaba satisfecho con eso», recordó.